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¿Algún día llegaremos a eso?

Columnista Invitado Nacional

Columnista Invitado Nacional

Por Ramón Aguirre Díaz 

 

El abastecimiento de agua potable a las grandes urbes del planeta se está complicando cada vez más. Sencillamente, las fuentes de abastecimiento que pueden cubrir los grandes volúmenes que demandan implican la construcción de costosos acueductos que requieren, para su funcionamiento, importantes cantidades de energía. El problema económico no es menor, pero, tratándose de un servicio vital, tarde o temprano habrá que darle prioridad. Pero lo realmente complejo es el tema social.

Existe un amplio y creciente rechazo al traspaso de agua entre cuencas hidrológicas. Difícilmente una comunidad acepta que se construya un proyecto que tome y agote el agua disponible de una fuente cercana que la siente de su propiedad. Más aun, al construir los acueductos se presenta una oposición de los propietarios de los predios por donde se pretende pasar las tuberías, quienes empiezan a plantear, sabedores de la necesidad de la obra, indemnizaciones y beneficios fuera de orden.

Por ello, no es nada extraordinario que se empiece a analizar la posibilidad de potabilizar aguas residuales para su consumo como agua potable y, así, generar un reciclamiento que permita resolver el problema con menores costos económicos y sociales. Ejemplos de ello ya se tienen, veamos tres circunstancias:

La primera es que muchas de las fuentes de abasto que hay en nuestro país se encuentran contaminadas y es muy difícil encontrar algún río o presa que no esté recibiendo, aunque sea en menor medida, aguas residuales tratadas o incluso sin tratar de alguna población. Aquí se tienen los ya comentados contaminantes emergentes, que son compuestos químicos que no se encuentran regulados por las normas sanitarias. No es posible descartar esa fuente de abasto, ya que no hay otra no contaminada, y en la medida de que la contaminación sea menor, se somete a su potabilización y distribución, sin que se tengan, hasta ahora, reportes o indicios de daños a la salud. Un ejemplo de ello es Londres, que recicla el agua indirectamente a través del río Támesis, donde hay plantas tratadoras aguas arriba de algunas tomas de suministro.

Una segunda situación ya presente es el reciclamiento indirecto. Es decir, no se trata el agua residual tratada para su entrega directa a la población, sino que se procesa para convertirla de calidad potable y, como en San Diego, California, se mezcla con el agua de una presa, o bien, como en Los Ángeles, California, donde el agua residual tratada se inyecta a un acuífero en el cual, aunque retirados, se tienen pozos para abastecimiento público.

Finalmente, tenemos el caso de Windhoek, Namibia, al sur de África, que lleva décadas suministrando agua residual tratada directamente a la red de distribución de agua potable, resultado de una necesidad por falta de fuentes de abasto, ya que la zona tiene una precipitación media anual de 250 mm, y una evapotranspiración de 3,700 mm anuales, lo que hace que tan sólo un 3% de la lluvia registrada pueda aprovecharse.

No soy partidario del suministro directo del agua residual potabilizada para el abastecimiento público, pero claramente vamos a tener que llegar a la necesidad de hacerlo, cuando menos de manera indirecta, ya sea recargando acuíferos o mezclándola con agua de algún cuerpo receptor. Por ello, debemos, desde ahora, ir buscando soluciones y criterios técnicos para una actualización de la Norma Oficial Mexicana, NOM-127-SSA1-1994, que fija los límites permisibles de calidad para que un agua sea considerada potable, donde se tome en cuenta, con seriedad, esta posibilidad.

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