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Umbrales mínimos

Columnista invitado Comunidad

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Por Leda Rendón

 

La que me presta sus manos para escribir se mueve en la cama con su cuerpo lúbrico de foca albina, piensa que quien le dicta sus textos es Dios, pero soy yo El maligno. Años atrás, uno de mis escritores preferidos fue Isaac Bashevis Singer, incluso hice que le otorgaran el premio Nobel en 1978. Muchas veces ocupé su cuerpo que me quedaba como un guante flojo, si se fijan bien, en algunas fotos, me verán en sus ojos negros y su sonrisa. Lo hice vivir los horrores de la guerra y supo que yo sería su compañero.

En sus Cuentos me manifesté tantas veces que he perdido la cuenta, pero hubo un par de ocasiones memorables, la primera vez en El caballero de Cracovia; y la segunda me metí en la mente de una pareja; Bashevis llamó a este cuento El que ve sin ser visto. Los relatos de Isaac casi siempre ocurren en Frampol. En una ocasión visité el pueblo con mi disfraz del caballero de Cracovia, los habitantes pasaban por una hambruna y aproveché para apoderarme de sus almas, tal como hago con la que escribe estas líneas. Con ese traje de carne fui afable con todos, hice que la comida abundara en Frampol y me vieron como un generoso y desinteresado caballero. Una vez ganada su confianza, les dije que hicieran una fiesta para que yo buscara entre las mujeres solteras a mi esposa. El pueblo enloqueció, aunque el rabínico Oizer se manifestó en contra, ya que estaba fuera de la ley judía, pero las mujeres se envolvieron de placer cuando mandé traer finas telas para sus vestidos. Llegó el día de la celebración a la que asistió Hodl, una pelirroja conocida por su comportamiento disoluto. En el momento en que todos estaban embriagados de lujuria y alcohol propuse que los solteros se casaran, se pusieron los nombres de las mujeres y los hombres por separado y al azar se formaron parejas de lo más extrañas. Yo me quedé con Hodl, quien era mi Lilith. La ciudad entera se incendió en un amanecer mojado de lluvia; todos chamuscados se arrastraban en el lodo. Frampol estaba bajo mi dominio.

En otra ocasión en Frampol arruiné el matrimonio de dos ricos, obesos y haraganes llamados Nathan y Térmel. Comencé por deshacerme de la sirvienta que les preparaba manjares. Y les mandé a Shifre Zirl, quien aprovechó que Térmel se había ausentado por unos días para meterse al baño con Nathan. A partir de ese momento el glotón se obsesionó con la criada que sólo repetía: “o la señora o yo”, y lo corría a escobazos de su alcoba. Luego convencí a Nathan de que se divorciara de Térmel y le susurré el plan perfecto, llené sus noches de sueños en los que Shifre Zirl aparecía desnuda, y el hombre siguió mi plan al pie de la letra. Se divorció de su mujer a escondidas, le dejó el papel entre sus ropas; y desapareció con la muchacha, quien lo abandonó y le quitó todo su dinero después de entregarle su cuerpo. El hombre regresó a Frampol después de un año y Térmel se había casado ya. Su mujer, por mi consejo, lo guardó en la vieja cabaña de su jardín y lo visitaba a menudo con manjares, él sólo podía salir por las noches. Un día Térmel no llegó más y Nathan supo que estaba muerta, porque vio desde la ventana el cortejo tras su ataúd. El que ve sin ser visto se quedó solo en la casucha con fiebre y alucinaciones. Sus huesos están aún en el lugar. Tengo un plan para la que escribe por mí: vivirá en soledad, mientras le dicto mis memorias. Sigue creyendo que habla con Dios, ahora contonea su trasero blanco, blanco y va por un café a la cocina.

 

Título: Cuentos

Autor: Isaac Bashevis Singer

Editorial: Lumen, México, 2018; 908 pp.

 

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