Una como nosotros
El cambio, no sólo implica mejorar la vida de las personas, también conlleva sanear la vida pública y la democracia
Los logros de la transformación que vive el país, no sólo son gubernamentales. El momento conquistado por miles de personas, acompañado e impulsado por sus dirigentes, por el presidente López Obrador y por la mayoría de la población mexicana, es un cambio de régimen. Será que por eso y otras cosas más, un sexenio para la 4T no es suficiente.
Algunos cambios ya iniciados se verán materializados en los años futuros, sin embargo, a 15 meses de finalizar el sexenio de López Obrador, ya pueden enunciarse varios logros: una política social enfocada en quienes más lo necesitan, una política laboral que beneficia a las y los trabajadores.
Sin aumentar impuestos ni endeudar al país se construyó una nueva refinería y se adquirió una nueva en Texas, se construyó un nuevo aeropuerto, se han construido miles de caminos y carreteras, se han rehabilitado clínicas y hospitales y se mejora el sistema de salud; avanza también el tren maya y el transístmico. El cambio, no sólo implica mejorar la vida de las personas, también conlleva sanear la vida pública y la democracia, transformar instituciones, dignificar el quehacer político y, recuperar la confianza de la ciudadanía.
Cuando hay transformaciones políticas acompañadas por mayorías sociales, las reacciones de las élites conservadoras que por beneficio quieren mantener las cosas como estaban, se radicalizan, se vuelven más violentas y se descaran en sus intenciones. Por eso no es casualidad que, como efecto del cambio, en estos años hayamos visto, leído y escuchado a intelectuales, políticos de derecha y comentócratas con expresiones vergonzosamente clasistas, racistas y de desprecio al pueblo. Con la politización que existe en nuestro país, millones de personas afirmamos que quienes decidían es en este país pertenecían a una élite política vinculada a las élites económicas, mediáticas y académicas. Más allá de que su realidad fuera distante a la de la mayoría de la población, nunca se esforzaron en vincularse, escuchar, conocer, servir o, si quiera entender al pueblo.
Sin filias ni fobias podríamos afirmar que López Obrador es el presidente más cercano a la expresión y representación popular de los mandatarios que hemos tenido en las últimas décadas; como muchas personas me han dicho, “el Presidente es uno de nosotros”. Por eso no sorprende que quienes se creían dueños de México se burlen de su tono tabasqueño, de su manera sencilla de vestir o, intenten demeritarle por no asumir “códigos” tradicionales de la llamada “clase política”.
Por supuesto, las élites quieren volver por sus privilegios y desean que el poder político y gubernamental regrese a su control y a su servicio. Por eso, desde la llegada de la transformación, la presión de los poderes fácticos sobre las dirigencias de los partidos tradicionales (PRI, PAN, PRD) se ha hecho presente.
Después de su derrota, las élites lograron lo que parecía imposible: que distintas fuerzas políticas, con distinto origen, dogmas, ideologías y principios se aliaran. Los resultados han sido desastrosos, sin embargo, dichos esfuerzos impulsados abiertamente por el empresario Claudio X. González, no cesan ante la desesperación de volver: han ocultado los colores de los partidos, fingen ser un esfuerzo “ciudadano”, a veces se denominan de izquierda, luego son más libres y salen a relucir sus expresiones fascistas; se contradicen todo el tiempo porque su proyecto es inconfesable.
Ahora andan buscando quién encabece su candidatura presidencial e intentan recomponer la narrativa. Tras desechar varias figuras, van por un nuevo personaje: es hora de ponerse el disfraz del pueblo. No importa quién sea, cómo se vista, si tiene origen humilde, lo que diga que es o, incluso si logra una gran actuación, cualquier persona que busque ser candidato del PRIAN representará al viejo régimen, y estará al servicio de las élites deseosas de volver, impulsará el proyecto neoliberal y buscará echar abajo los logros de la transformación.
Es una derrota del discurso de las élites y un triunfo de los nuevos tiempos que plantean que adelante y al centro es el pueblo. La diferencia es que según el proyecto que se impulse, sabremos si es auténtica representación de una persona como nosotros o una mera simulación.
