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¿Por qué Claudia y por qué el Metro?

Citlalli Hernández

Citlalli Hernández

Nuevas narrativas

 

La oposición tiene un método ruidoso. Está enfocado a algunos perfiles visibles de la Cuarta Transformación. Lo que merece el pueblo de México, supone la oposición, no son ideas ni propuestas, no un proyecto ni principios; vaya, ¡ni pedir disculpas por sus malos gobiernos! En cambio, paga millones de pesos a sus consultores quienes señalan que la mentira, el odio y el ataque personal deben ser la ruta durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador.

¿En quiénes enfocan ese método y en qué consiste? Primero, a quienes ponemos por encima de cualquier interés personal el compromiso con un proyecto de nación. Aplican marcaje personal mediático —sobre todo en redes sociales— y detonan un ataque sistemático para descalificarnos. Desde sus códigos totalitarios se lee un deseo de aniquilarnos por lo que somos y por cómo pensamos.

Por otro lado, está el trato displicente para quienes muestran un cálculo timorato en sus posiciones de respaldo a la 4T o, en su defecto, imprudencia pública en sus críticas. A esas personas se les reserva un apapacho del tipo: “Qué bueno que no todos son radicales y hay gente como tú con criterio propio”. Se sazona con un poco de la conocida cizaña de los voceros del viejo régimen. Ah, pero si esa persona, que sentían suya por estar en el lugar cómodo del pacto político sin el pueblo, de pronto sale a defender o a respaldar al Presidente, entonces se le dirige un ataque, amable recordatorio de que tiene más “amigos” cuando se coloca en la neutralidad o, cuando menos, fuera de la mal llamada “polarización”.

Es evidente que la oposición no tiene un proyecto de país, no tiene siquiera identidad. ¿Qué representan?, ¿a quiénes representan? Más allá del odio al Presidente y al pueblo que le respalda, ¿qué les constituye? No tienen propuesta ni una visión de país que puedan externar. Queda claro, pues, que los residuos del PRI, PAN y PRD no se juntaron en torno a ideas, sino por supervivencia.

Para este grupúsculo, vencer a Andrés Manuel López Obrador o detener el empuje de cambio que arropa la mayoría del pueblo de México se ha vuelto ya una obsesión. Significa para ellos recuperar su modo de vida y su esquema de negocios y, por eso mismo, su desesperación es tan peligrosa: no piensan en el país ni en servir a la patria. Sólo añoran el poder para servirse y servirle a sus cuates, buscan regresar a su “normalidad” política. Agreguemos a esto que PRI y PAN gobiernan cada vez menos territorios del país y que les ha ido mal juntos. Pero si no se aliaban, desaparecían; el resultado es que ya se quitaron la máscara.

Es claro que en su crisis está la obsesión de volver a ser la mayoría en las Cámaras y retomar el gobierno del país. No ignoran que, en 2024 no podrán ganarle a Morena y creen que podrán focalizar su conquista en la Ciudad de México para desde ahí volver a tomar fuerza.

Con todo esto en mente, vale revisitar los acontecimientos que se han desatado en el Metro: uno tras otro, sistemáticos y ruidosos, no es extraño pensar que hay sabotaje. Allí se asoma esa manía y vileza de la oposición que se empeña en señalar a un gobierno de la 4T y, más, a una de las posibles sucesoras del Presidente. La oposición supone allí la remota posibilidad de aniquilar a quien consideran incómoda por ser leal al proyecto de la 4T.

Así, este grupúsculo desesperado arriesga la apuesta. ¿Quién podría ser el brazo que ejecute su método? ¿Por qué lo haría? ¿Podría ser, quizás, el líder sindical que ha visto afectados sus negocios y privilegios? El nombre es Fernando Espino y lleva 44 años al frente del sindicato del Metro de la CDMX. Tiene decenas de familiares en la nómina del Metro, ha sido cinco veces diputado del PRI, tiene acceso a los talleres y un amplio conocimiento del funcionamiento de este transporte público.

El sabotaje de la oposición toma forma: se concretaría al contar con el apoyo de alguien que tiene el pulso desde las entrañas del Metro y un amplio margen de operación allí, desde las entrañas y las sombras. Toca exigir que esta ciudad siga a la vanguardia de todo y detener el paso al oportunismo político. Somos millones en esta ciudad y en este país quienes sabemos de qué son capaces los representantes del viejo régimen. El Metro, nuestro sistema de transporte, es colectivo y no un nido de vilezas.  

 

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