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Mujeres de la 4T, claves en la nueva manera de gobernar

Citlalli Hernández

Citlalli Hernández

Nuevas narrativas

Con la expectativa de transformación llegó la promesa de cambio en el servicio público. Desde los primeros meses en el ejercicio del poder, Andrés Manuel López Obrador ha mostrado la necesidad de tener un nuevo enfoque administrativo y, en ese cometido, el papel de las mujeres de la 4T es estratégico.

Mientras más nos adentramos en la toma de decisiones, más nos damos cuenta de cómo las estructuras han estado aceitadas durante décadas para que la burocracia sea ineficiente; la opacidad, la corrupción y la negligencia convivan tranquilas y, sobre todo, para conservar el estado de las cosas sin mayor complicación.

En el ejercicio de gobierno y el cumplimiento de los objetivos de la Cuarta Transformación (desterrar la corrupción, generar bienestar social comenzando con quienes más lo necesitan y pacificar el país), el diagnóstico ha sido aceptado directa o indirectamente en el espectro político. Por eso, las críticas hacia el Presidente no han sido en torno al proyecto de nación que encabeza, sino hacia la implementación o a los cambios administrativos para lograrlo.

Cuando hay cambios en las figuras burocráticas o en los programas establecidos, quienes han vivido la función pública anteriormente, se desgarran las vestiduras añorando esas viejas formas que han quedado socialmente reprobadas. Frente al cambio, algunas voces incluso se colocan en el hueco señalamiento de que los nuevos “no saben gobernar”, omitiendo que, en un cambio verdadero, es fundamental desmantelar las viejas estructuras para constituir nuevas.

Hace unos días, tras la salida de Alfonso Durazo, el Presidente invitó públicamente a Rosa Icela Rodríguez a dirigir la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. Dicha decisión provocó diversas reacciones, en las que resaltó un elemento común: la misoginia. La visión tradicional de algunos personajes sólo les permitió opinar que Rosa Icela no es “experta en seguridad”, lo cual es, no solamente una mentira, sino un prejuicio.

Ojalá con la misma intensidad esas mismas voces hubiesen cuestionado que el “experto” Genaro García Luna —a cargo de la seguridad en el sexenio de Felipe Calderón— actualmente enfrente un juicio en Estados Unidos por sus vínculos con el crimen organizado.

En la larga trayectoria de Rosa Icela —particularmente en la administración pública— se encuentra su participación en el ejercicio de gobiernos exitosos como el de Claudia Sheinbaum, donde, como secretaria de Gobierno de la ciudad más grande de América, tenía bajo su responsabilidad la gobernabilidad, incluida la coordinación permanente con los elementos de seguridad.

A lo anterior se suma su destacado papel como coordinadora general del Gabinete de Seguridad en el sexenio de Marcelo Ebrard en la Ciudad de México (2006-2009). Sin duda, su participación en el servicio público ha estado marcada por la eficiencia y la honestidad. Por eso, su posible designación no es una coincidencia sino un tiro de precisión hacia la política de seguridad que pretende seguir el Presidente: una de paz y no una de guerra.

Al igual que Olga Sánchez Cordero como la primera secretaria de Gobernación (donde ya no se ejerce control político, autoritarismo o represión, sino ahora se dirige la principal oficina de búsqueda de la verdad y la justicia) o Rocío Nahle como secretaria de Energía, donde ya no se representan los intereses particulares de las grandes empresas extranjeras y los negocios de los cuates, sino la defensa de la soberanía nacional, tener a Rosa Icela a cargo de la seguridad ciudadana abre grandes expectativas, pues en este esfuerzo de gobernar diferente y transformar la administración pública, entre otras funcionarias destacadas, ellas tres serán un ejemplo de la izquierda gobernante.

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