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El país que queremos

Citlalli Hernández

Citlalli Hernández

Nuevas narrativas

 

La disputa política que se da en las sociedades es por el poder. Si bien las visiones y el ejercicio sobre el mismo varían, por lo general se busca la toma del gobierno. En el tablero de la disputa hay varias posiciones políticas; las más comunes: derecha e izquierda, ambas con sus matices y extremos.

Con base en ello, lo que la ciudadanía debe preguntarse es para qué un grupo político determinado quiere el poder y qué visión de país representa. Las decisiones que se toman al acceder a espacios de poder repercuten en nuestra cotidianidad, en la garantía de derechos y servicios, en la posibilidad de cumplir —o no— nuestros sueños y, si el impacto de las decisiones es trascendente, en la vida de muchas generaciones.

Aunque México vive un momento de conciencia colectiva muy interesante, aún no hemos alcanzado el máximo posible de participación cívica y popular que permita a todas y todos ejercer su ciudadanía plena, de manera informada, libre, consciente y activa. Está en construcción una ciudadanía que no sólo elija democráticamente a sus representantes, sino que les exija rendición de cuentas y, si dejan de representar, les pida su remoción.

En la triste historia de nuestros gobiernos, hay una minoría que ha buscado promover la falsa idea de que es mejor alejarse de las decisiones políticas porque “todos son iguales”, para así mantenerse en el poder y no rendirle cuentas más que a las élites. Esa minoría política, económica, mediática, incluso, académica fue construyendo a conveniencia una cultura política basada en el clientelismo: un oscuro intercambio del voto a favor de tal o cual persona a cambio de beneficios gubernamentales.

En el fondo, la no conciencia ni difusión de ideas fue el espacio cómodo para alejarnos de la toma de decisiones. Utilizaron el miedo, el engaño, la mentira, la desmemoria y la desinformación. La desconfianza y la desesperanza con la que mancharon a la política terminó por reducir a ese noble oficio y a la búsqueda del poder en el perverso medio con el que las minorías políticas obtenían beneficios propios, privilegios, altos sueldos, ganancias para socios, amigos, familiares y financieros.

Ese puñado de personas que había ejercido el poder en nuestro país hicieron del gobierno una plutocracia, un gobierno de élites y oligarquías; una manera efectiva de enriquecerse y beneficiar a unos cuántos, apostándole, y temiendo, que la mayoría del pueblo no se enterase de sus decisiones.

En 2018, la mayoría del pueblo mandató la instauración de un nuevo proyecto de gobierno, le dio mayoría legislativa a ese proyecto que hoy encabeza Andrés Manuel López Obrador y otorgó la confianza de echar a andar lo prometido en campaña.

Afirmar, como lo hacen algunos opositores al actual gobierno, que esa manifestación realizada en las urnas es sólo resultado del hartazgo a gobiernos pasados, es una ofensa a los millones de mexicanas y mexicanos que hace tiempo sueñan y luchan por un México distinto. Implica desconocer que el movimiento por el cambio democrático en México ha planteado demandas y agendas alternativas a la visión neoliberal.

Por eso, la concentración del pasado 18 de marzo en el Zócalo, conmemorando el 85 aniversario de la Expropiación Petrolera realizada por el expresidente Lázaro Cárdenas, no sólo demostró, una vez más, la fuerza popular que acompaña al proyecto de nación que encabeza el presidente López Obrador, fue, principalmente, un acto reivindicatorio de la soberanía nacional y energética, tan debilitada por el proyecto neoliberal.

Me gustaría profundizar el llamado del sábado pasado para alejarnos del ruido mediático: pensar qué país teníamos, qué país queremos y qué representa cada grupo político en la disputa del poder. Vale la pena hablar sobre el rumbo que México está tomando con la Cuarta Transformación; por ello, en la siguiente publicación en este espacio, hablaremos en qué consiste la visión de soberanía y de futuro energético del humanismo mexicano.

 

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