La izquierda, aquel viejo destino
• Crecí en los últimos días de la Guerra Fría y lo que me tocó ver fueron las ruinas de una izquierda que me parecía gloriosa, efervescente y revolucionaria.
Apenas me acostumbro a la vocecita del mapa digital, es amable, un tanto cortada a lo digital es cierto; hace unos días me he tenido que aventurar a esas calles del Señor al no ser tan osado como otros, he preferido salir de casa a lo astronauta. El hecho es que cuando voy llegando al lugar de mi cita, la voz me dice: “Su destino está a la izquierda…", sonrío y pienso, ¡siempre!
Y es que la ambivalencia de la frase me ha despertado la reflexión y la melancolía; siempre, desde muy joven, pensé que el destino de mi país y mi continente era a la izquierda, crecí en los últimos días de la Guerra Fría y lo que me tocó ver fueron las ruinas de una izquierda que me parecía gloriosa, efervescente y revolucionaria; sí, la que había liberado a Nicaragua, que había construido sueños en Cuba y enfrentado al gigante imperialista, la que en Chile se había alzado victoriosa con el triunfo en las urnas para ser aplastada después, pero todo eso eran leyendas, cuando entraron los tanques en Managua y lo que me tocó fue el desastre, la decadencia; nunca pude comprender a fondo el frenesí por la caída del Muro de Berlín y claro que me alegraba mucho que la gente fuera libre de ir a donde se le pegara la gana, pero en el fondo había algo que no me cuadraba, igual con la Perestroika y el derrumbe de la Unión Soviética, y el colmo ya me cayó cuando alguien declaraba que había llegado el fin de la historia y el último hombre y en adelante todo sería coser y cantar porque las ideologías se habían muerto; al carajo tanta trova y tanto sombrerazo, de ahí en adelante el mercado y la empresa se harían cargo de todo. La sonrisa triunfal de Thatcher, Wojtyla y Reagan no me convencían del todo porque, dijeran lo que dijeran, en América Latina y en México seguíamos teniendo pobres, racismo y exclusión para echar para arriba y por más TLC y acuerdos de complementación nomás no nos hacíamos güeritos del Primer Mundo y todo lo que por décadas aprendí a soñar había resultado un error y Gorbachov se ponía su gorrito para tapar el lunar y decía, “usted disculpe”, recogía su cara que se le caía de vergüenza y se retiraba. Total, aquí no había pasado nada.
Esa voz tiene la alegre desfachatez de decir que mi destino está a la izquierda, qué ironía. Ahora parece que la Guerra Fría no pasó, la Unión Soviética no existió y las luchas de liberación y descolonización no ocurrieron, nada quedaba de esos días y si bien es cierto que las circunstancias no ayudaban, mire usted, amigo lector, con tan mala suerte que las Torres Gemelas se vinieron abajo el 11 de septiembre, digo, como para que ya nadie se acordara del día del golpe contra Allende. Cuando bajo del coche me doy cuenta que claro que la culpa también fue nuestra porque no aprendimos nada, no hicimos autocrítica, no descubrimos en el continente cómo hacer realidad la promesa que nuestros abuelos nos habían depositado, la de la esperanza alegre de hacer de éste un mundo mejor y la izquierda se desgastó, al menos en México y no menos en otros países del continente, haciendo malabares para seguir siendo de una izquierda descafeinada que no asustara al elector, cambiando en cada ejercicio electoral, derivando entre el populismo y la componenda y todo, todo ese mar de errores, por no atrevernos otra vez a decir que lo que necesitamos no es más riqueza sino más justicia en su asignación y hoy que ya la epidemia ha hecho lo suyo, son los cantores del neoliberalismo, el capitalismo y el mercado los que deberían decir “usted disculpe” y si tienen cara llevársela lejos.
Pero ya ve usted, son cosas que sueña uno cuando una voz digital tiene el descaro de decirle a uno que su destino está a la izquierda y uno tiene la inocencia de creerle.
