Colón, Colón y sus hijos Cristobalitos

No estoy peleado con revisar la historia, eso lo hacemos todo el tiempo, generación tras generación; hoy el 68 que se discute no es el que se discutía en los setenta.

Hace mucho que no se celebra el Día de la Raza y qué bueno, el término me suena no sólo obsoleto, sino que está tan relacionado con genocidios, exclusiones y discriminación que es claro que no tenemos por qué usarlo; vamos a ver, “raza", dice el diccionario, tiene tres acepciones, la primera habla de casta o calidad de linaje u origen, magnífico término para la ganadería o la apicultura, pero en términos humanos es incompatible con la idea de igualdad; la segunda, establece: “cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia", éste es el error de los nazis, kukluxklanes, supremacistas y demás imbéciles de esta tara y ralea; parte del principio de que la especie humana puede ser dividida por caracteres, generalmente falsos o inventados —como lo hicieron los nazis— o de plano absurdos o imaginarios —como todavía lo hacen los supremacistas—, el hecho es que el principio de raza parte de la idea de pureza, de rasgos dominantes que se relacionan no sólo con el físico, sino también y, sobre todo, con la manera de ser y de comportarse; a estas alturas de la historia y la civilización hablar de pureza racial, de que los mestizos de español e india somos así o asá, o los chinos se comportan de tal o cual manera, que los judíos acostumbran esto o aquello mientras que los negros, ya se sabe, es un cruel despropósito; porque hablar de negritud es hablar de cientos de grupos humanos distintos, lo mismo que de indígenas, árabes o judíos. Lo que existen, eso sí, son grupos humanos con características culturales labradas a lo largo de siglos de historia y vida en común. Quien habla de raza habla de un estándar malévolo, fijado desde fuera, con malas intenciones; a veces creo que superamos esa discusión y que por eso no celebramos, como hace cuarenta años, el Día de la Raza.

Sin embargo, el 12 de octubre de 1492, está ahí y ahí estará para siempre y contiene la semilla de muchas de nuestras miserias, pero también de nuestras glorias y contradicciones. En la noche del 10 de octubre de este cruel año de la pandemia se llevaron a don Cristóbal, el de Reforma, a dar una bañadita, una restaurada; no sé si hacía falta llevarse la estatua, no soy especialista y tampoco sé qué tan dañado está el monumento, pero cuando se habla de cultura no hay movimientos inocentes y la peculiar ausencia levanta de inmediato suspicacias. No me quiero sumar a ellas, pero sí me preocupa que no regrese a su lugar el viejo vecino de bronce; que se esfume en estas circunstancias.

No estoy peleado con revisar la historia, eso lo hacemos todo el tiempo, generación tras generación; hoy el 68 que se discute no es el que se discutía en los setenta, sólo por poner un ejemplo y La Plaza de Luis Spota dista décadas, y enfoques de Aquella tarde en Tlatelolco de González de Alba y, qué quieren, el compañero González me parece en este momento mucho más convincente; los españoles están desde hace décadas en una discusión sobre el pasado franquista, no hay estatuas de franquito ya en la península, qué bueno. Pero lo que no podemos hacer es jugar así con nuestros símbolos, patear la historia como si fuera una pelota donde, si el dueño del balón se enoja, se lo lleva y se acaba el juego; los símbolos son peligrosos, mueven resortes que van más allá de la razón y provocan reacciones que son muy difíciles de prever. Seamos sensatos.

Volviendo a Colón, hasta ahora, el retiro de la estatua parece provisional y sin tener mayor fuente que el sentido común puede ser que preventivo antes de que le arriaran una nueva paliza el día doce, pero si hay que modificar algo, si hay que retirarlo o reinstalarlo, si hay que hacer cualquier cosa, que sea habiendo escuchado a todos los que tenemos algo que decir. Porque Colón no es Franco ni Mussolini y ni siquiera Cortés; con el genovés se abre el capítulo de la historia que nos define, nos guste o no, nos duela o no; Colón no es un genocida ni tuvo nunca en mente el exterminio de nadie, es claro su pasmo y su asombro mientras contemplaba a esos humanos, nunca tuvo duda de la humanidad de los habitantes de estas tierras, a los que suponía habitantes del jardín del Edén, como afirma en sus diarios; y su legado, duro y amargo, a veces también lleno de gracia y elegancia, porque es en la lengua española en la que hemos creado una enorme cantidad de obras que amamos todos y son dignas de ser recordadas; ese idioma es la lengua franca en que nos entendemos millones de mexicanos de todos los orígenes y grupos humanos que tenemos idéntico derecho a existir y a colaborar en la construcción de este país; eso es lo que tenemos que pensar y discutir, sin madruguetes ni albazos que luego tengamos que reparar y lamentar. Y del monumento, sería tan raro ver que desapareciera del entorno una de las obras clásicas de la estética que nos legó el liberalismo decimonónico. Me acuerdo de una tonadilla de la infancia, “Colón, Colón... y sus hijos Cristobalitos”, aunque mal nos caiga nuestro padre, nuestra madre, nuestro abuelo, el tío borracho o el primo delincuente, son parte de nuestro pasado como el abuelo científico y el sobrino escritor; somos los cristobalitos judíos, mestizos, indígenas y armenios. Esto es lo que somos para gloria y vergüenza, pero íntimamente nuestra.

Temas: