De fantasmas, negros y otras especies
Cuando a Charles de Gaulle le preguntaron quién era su escritor favorito, con enorme sorna dijo mon négre, mi negro: el anónimo autor que escribía los textos y discursos que luego el general firmaba; una broma tal vez, porque se dice que en sus mocedades escribió todo ...
Cuando a Charles de Gaulle le preguntaron quién era su escritor favorito, con enorme sorna dijo mon négre, mi negro: el anónimo autor que escribía los textos y discursos que luego el general firmaba; una broma tal vez, porque se dice que en sus mocedades escribió todo lo publicado en la época por Petain.
Extraño aunque común oficio, antiguo como la compleja relación entre el poder, la cultura y desde luego, la necesidad. Al escritor fantasma recurrieron algunos como Churchill, Washington o Franklin; se dice, porque el mundo de los fantasmas lo es siempre de sombras y suposiciones. El anónimo amo de la pluma no saldrá nunca de la oscuridad, no por su propio pie, a menos que una fuerza muy poderosa lo empuje.
En 2004 Jennie Endal rompió ese pacto de silencio; publicó Escritora en la sombra, peculiar libro de memorias, que se lee como una buena y sencilla novela, donde reveló cómo durante 20 años escribió novelas, reportajes, entrevistas y hasta cartas de amor, bajo la firma de Naim Attallah, quien entonces fuera un próspero editor y autor de buena fortuna. Presionada por una relación profesional sofocante, bajo el peso de un éxito del que no le correspondía ningún laurel, se reveló con el único elemento que tenía —literalmente— a la mano: la pluma.
Attallah respondió tres años después con un amargo libro de memorias, todavía no traducido al español, Fulfilment and Betrayal, pero el enorme daño a su prestigio y aún a su patrimonio, ya estaba hecho.
Independientemente de los juicios morales, siempre a destiempo y siempre parciales; esta penosa situación nos lleva a preguntarnos ¿quién es el escritor?, ¿el que en efecto escribe o el que publica?, ¿cuál es la ecuación válida, la del talento y el trabajo o la del nombre y la fama? Y en tal sentido ¿a quién corresponde la gloria?
Nadie crea para otro sólo por gusto, en la práctica del oficio de servir al ego de los demás siempre hay una amarga sombra, pero también una enorme esperanza: la del que confía en que algún día le llegará su turno de ser tocado por la diosa fortuna y desde luego, también un gigantesco y solitario placer, el de crear y ver plasmado aquello que de otra manera, tal vez nunca habría pasado por las imprentas.
En todo el mundo publican dos tipos de autores, los que sirven a los libros y los que se sirven de ellos; para los primeros escribir es un duelo a muerte entre la vocación y la necesidad, para los segundos un traje a la medida y un catalizador de carreras mejor remuneradas. La necesidad y la vocación por un lado, y la perversidad del juego entre el poder y el nombre por el otro, no siempre es revelada, pero siempre resuelta patética en ambos extremos.
Algún día escribiré una ficción que me traigo entre manos desde hace mucho, la historia de la rebelión de los negros, de los fantasmas literarios que una vez decididos a liberarse, pusieran en la pluma y en la voz de sus amos, los más soberbios disparates, las historias más inverosímiles y las promesas más absurdas; que dieran a conocer así, no sólo una ridícula realidad de emperador desnudo, sino crearán tal caos que ni el talento de sus maquinadores fuera capaz de detener.
Cuando uno encuentra historias como la de Erdal y Attallah, sucede lo mismo que cuando a uno lo asaltan en la calle, después de eso pasa mucho tiempo antes de que uno deje de ver en todos los rostros una cara de malo.
*Profesor e investigador. UNAM
