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El Titanic y el iceberg, de nuevo

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Había una vez un transatlántico inmenso, tan bien construido que, según los ingenieros navales que lo diseñaron, “ni Dios podría hundirlo”. En su travesía inaugural de Southampton, Inglaterra, a Nueva York, en abril de 1912, se hundió y perecieron 1,496 de sus pasajeros, dos terceras partes de la totalidad. La causa: chocó con un iceberg que perforó e hizo unos boquetes relativamente pequeños en su casco, debajo de la línea de flotación. Si fue Dios quien teledirigió la mole de hielo, no lo sabremos nunca —especialmente si uno no es religioso—, pero lo que sí sabemos es que la tripulación creyó haber evitado el choque al ver pasar de largo la parte visible del témpano. También se sabe —y ellos sabían— que nueve de diez partes del iceberg están sumergidas y fue ésa, la parte oculta del gigante de hielo, la que hirió el acero y selló para siempre la suerte del transatlántico.

Desde hace casi dos años, una parte importante de la sociedad mexicana ha venido dando muestras de descontento político, como los avisos de los icebergs que reportaban los vigías en el Titanic, a los que el capitán no les daba importancia. Esta insatisfacción se expresa como ruido en una señal de radar: difícil de descifrar con certeza. Conviven engañosamente la popularidad más o menos sólida del Presidente en alrededor del 60% y una creciente descalificación de su trabajo como gobernante. Una opinión pública mayoritaria —según el INEGI— reprueba el trabajo de este gobierno por erradicar o, por lo menos, combatir la corrupción, la promesa dorada del Presidente. En la Encuesta de Cultura Cívica del Inegi (Encuci 2020), 61.5% de los adultos encuestados considera que ahora hay más o igual corrupción que en el gobierno anterior, o sea, el de Enrique Peña Nieto; este porcentaje sube a 70% entre los jóvenes. Realizada en 2020, esta encuesta no pudo incluir el impacto de los escándalos de Pío López Obrador, Segalmex o, peor aún, el de “la casa gris”, que implica al hijo mayor del Presidente.

La actitud de los mexicanos hacia la corrupción ha cambiado notablemente en las últimas décadas. En la icónica serie Los valores de los mexicanos, desarrollada por Enrique Alduncin para Banamex en los 90, a las preguntas que justificaban “ayudar a un pariente si usted trabaja en el sector público” o “recibir un soborno porque el sueldo es muy bajo”, había una mayoría de respuestas afirmativas. Lo mismo para el reactivo “Si la ley es injusta, se vale violarla”.

En la Encuci 2020, un 86.2% está muy en desacuerdo con el uso de recursos públicos para beneficio personal y 83.8% también está muy en desacuerdo en utilizar un puesto público para ayudar a un pariente (“Es apropiado que apoye a sus amigos o familiares consiguiéndoles un trabajo en su oficina”). Y en vez de justificar la violación a la ley en el supuesto que no se esté de acuerdo con ella, los mexicanos de ahora proponen respetarla (un 27%) o intentar reformarla (47%).

Las partes sumergidas del iceberg con el que se tropezó el gobierno el domingo 13 de noviembre comprenden muchas otras variables: una situación económica incierta con precios altos en multitud de productos y servicios; el deterioro de la calidad de los servicios otorgados por el gobierno, incluyendo la salud y la atención a niños y niñas (¡casi 70% sin el cuadro de vacunas básicas!) y la apropiación por parte de la delincuencia organizada de crecientes regiones del país y segmentos de la actividad económica.

Más importante que todos los errores derivados de la ineptitud del actual gobierno es el efecto acumulativo de la catilinaria de insultos contra aquella parte de la sociedad que no concuerda o es francamente crítica hacia el rumbo que lleva este gobierno. El Presidente ha terminado por convencer al menos a la mitad del electorado que no desea ser su mandatario; que sólo gobierna para los que están con él, con “lealtad ciega” como él mismo exigió. Un psicoanalista diría que es una especie de pérdida del padre: me repudia, me insulta, me calumnia, me corre del hogar, ¿por qué he de seguir con él?

En las elecciones del verano de 2021 se hizo público el rechazo de la mitad del electorado al gobierno actual. Ahí estaban 19.5 millones de mexicanos votando en contra; el gobierno con una leve ventaja de un millón de votos. Este 13 de noviembre emergió a plena luz del día, marchando por las principales avenidas de México, sin la protección de la secrecía del voto, la parte visible del iceberg, la ciudadanía en defensa de una idea; la democracia, personificada en sus garantes, el Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. ¿Está tocado el gobierno debajo de la línea de flotación? Es posible que sí: demasiados errores acumulados, demasiado rechazo a valores que ahora son caros a la sociedad: el respeto a la ley, a la democracia, la integridad del INE, la salud de nuestros niños y niñas. Ahora, la responsabilidad está del lado de la oposición y no fallaremos.

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