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Bienvenido el muro de Biden

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Un factor importante que ha incidido en la virulencia de la pandemia en nuestro país han sido los contagios que vienen del intenso tráfico humano en la frontera norte. Desde que inició la pandemia, el gobierno federal, que tiene la jurisdicción exclusiva sobre el control fronterizo, acordó, el 21 de marzo del año pasado, un arreglo extraño y desigual con Estados Unidos. Por éste, de nuestro país hacia el norte sólo pasan quienes tienen trabajos esenciales allá; en el sentido inverso todos pueden pasar. En el tráfico aéreo, limitado al extremo por otros factores resultado de las medidas de confinamiento, se viajaba en ambos sentidos sin más limitación que afirmar que no se tenía covid. A partir del 26 de enero, sólo México no pedirá pruebas para ingresar al territorio nacional. En diversos momentos, ciudades fronterizas clave como El Paso tuvieron cifras de contagio muy superiores a las de Ciudad Juárez y lo mismo ha sucedido en varios pares fronterizos.

De tal manera que la campaña del nuevo presidente de EU, Joseph Biden, para vacunar masivamente a los habitantes de ese país nos beneficia no sólo indirectamente, al propiciar un vecino más sano y, por tanto, con una actividad económica más intensa, sino también directamente al vacunar a quienes van y vienen diariamente o a quienes viajan hacia nuestro país. Es importante hacer notar que en los centros de vacunación de allá está prohibido pedir prueba de nacionalidad o calidad migratoria. Algunos condados —por ejemplo, de Florida— piden comprobación de residencia, pero no calidad migratoria. Y es que es de sentido común: no vacunar a la población migrante representa un riesgo para todos los demás. La amenaza a la salud pública que representa el coronavirus hace evidente lo que debería ser una verdad para el mundo y muy especialmente para regiones tan integradas como la norteamericana: o nos cuidamos y salvamos todos o nos hundimos todos.

En la mayoría de los estados fronterizos, la vacuna se está ofreciendo al personal médico bajo una definición amplia, a los adultos mayores (65+ o 75+), a varias categorías de maestros, a policías y bomberos, a empleados de tiendas de alimentos, a otros trabajadores esenciales y a mayores de 50 años con vulnerabilidades importantes. Para ayer domingo, 38.3 millones de norteamericanos ya habían sido vacunados; 14 millones ya había recibido las dos dosis. En California ya vacunaron al 11.4% de su población y 3.3% con el esquema completo; igual en Arizona; Nuevo México, 13.7% y 6.1% con dos dosis. Texas, 10.2% y 4% con dos dosis.

Con este ritmo de vacunación se estima que, para junio, la mitad de la población estadunidense habrá recibido, por lo menos, una dosis; para septiembre quizá se habría alcanzado 70% de la población cubierta y para noviembre el 90 por ciento. Este muro al bicho maligno sí nos gusta.

El federalismo en EU es extremo. Cada estado decide una modalidad y una segmentación e incluso los condados deciden cómo y cuándo vacunar. Texas, por ejemplo, no ha incluido a maestros ni a trabajadores esenciales.

En nuestro país el federalismo necesita oxígeno de emergencia. Aunque la ley claramente plantea que, en materia de salud, la Federación y los estados se coordinarán, el esquema de vacunación ha sido decidido en alguna sala de Palacio Nacional, sin consultar con los estados.

Y, por tanto, se desperdicia la rica experiencia de los servicios de salud estatales y municipales en campañas de vacunación anteriores.

El Presidente ha anunciado y ordenado que la vacunación a los adultos mayores inicie en los municipios más desprotegidos y alejados. Ya muchos especialistas han hecho notar la tontería de esta decisión por la baja eficiencia para disminuir los contagios que hierven y se multiplican en las zonas urbanas. Si los poblados están alejados, con difícil acceso, etcétera, lo están también para el virus que es transportado por los humanos contagiados. Por esta ocasión les conviene que estén alejados. Si el personal que va a llevar las vacunas no ha recibido el esquema completo de vacunación, se corre el riesgo de llevar el virus a poblados naturalmente aislados y donde la desnutrición es más alta y, por tanto, hay menos defensas. La mejor manera de protegerlos es vacunar a las zonas donde el virus se multiplica vigorosamente, zonas que están mareadas y se localizan mayoritariamente en las ciudades. Detener la cadena de contagio ahí limita las oportunidades de que el virus llegue a las comunidades que pretendidamente se quiere proteger y en realidad se les pone en riesgo.

Hay muchas decisiones cuestionables en este gobierno. Pero la más importante, la más riesgosa, es la de permitir y festejar que las decisiones las tome una sola persona. Las posibilidades de equivocarse se multiplican, como el virus.

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