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Angela Merkel o el triunfo del carácter

Cecilia Soto

Cecilia Soto

El excanciller alemán, Helmut Schmidt, dijo alguna vez: “Quien vea visiones, que busque a un médico”, refiriéndose al rechazo en la política alemana a personajes carismáticos y “visionarios”. La experiencia traumática de 1933 a 1945 explica este rechazo a lo espectacular, a la fascinación por las florituras en los discursos, a las promesas grandilocuentes, a las transformaciones que quieren marcar épocas y más aún, a los mensajes mesiánicos. La utopía no está prohibida en la tierra de Schiller y Goethe, más bien está acotada. Una Europa sin guerras, una Alemania más próspera, menos vulnerable a shocks financieros, climáticos o geopolíticos.  Estabilidad y un futuro discernible, por lo menos a corto y mediano plazo. Parte importante de estos logros que hace décadas hubieran sido considerados utópicos, son parte del legado de Angela Merkel después de 16 años como canciller de Alemania.

Y sin embargo, quizá el rasgo más importante que explica el liderazgo de la canciller, su popularidad interna de más del 70% y el reconocimiento como la líder más admirada internacionalmente, según varias encuestas, ha sido su capacidad de evolucionar, su no ceder a la tentación de imponer sus deseos y esquemas a la realidad, su reconocimiento de que tal vez la sociedad alemana abraza valores liberales de los cuales no está convencida, pero que no debe obstaculizar, no marearse con el poder ni con los números positivos hacia su persona, incluso el valor de arriesgar esa popularidad tomando decisiones polémicas, como la aceptación en 2015-2016 de más de un millón de refugiados sirios y de otras nacionalidades.

De la Angela Merkel que apoyó la invasión de Irak propuesta por George Bush en 2005, queda muy poco. Su desilusión con los Estados Unidos no inició con Donald Trump, sino con la debacle financiera de 2008 y la orgía desreguladora que permitió la caída de Lehman Brothers y las consecuencias catastróficas para el mundo y la Unión Europea. Hasta llegar al gobierno de Donald Trump y declarar, en 2017, que Europa tenía que abandonar la idea de que sería protegida por el liderazgo de los Estados Unidos. La llegada de Biden cambia tácticamente la relación con los americanos, pero no la lección estratégica: la emergencia de China como super potencia hace que Europa deje de ser prioridad para la Casa Blanca. La Unión Europea en general y Alemania en particular tienen que forjar sus propias alianzas, tomar decisiones autónomas en relación a China, principal socio comercial de los alemanes, incluso respecto a Rusia.

También hay evolución en su enamoramiento con la austeridad. En 2009 fue intransigente en la crisis griega; el pueblo griego sufrió injustamente las consecuencias de la “contabilidad creativa” de sus gobernantes y la canciller pareció no conmoverse. A raíz de la crisis de 2008, Alemania incorporó en su Constitución la obligación de no incurrir en déficits mayores de 0.35% del PIB. Una década después, resultó claro que la austeridad no garantiza ni crecimiento ni una economía sustentable. El límite constitucional al déficit  representa un obstáculo para subsanar las dificultades de la economía alemana para enfrentar retos mayúsculos como la transición a la descarbonización, la transformación de la poderosa industria automotriz hacia el auto eléctrico, la renovación de la infraestructura municipal endeudada y atrasada puesta en evidencia por las últimas inundaciones. La crisis del covid-19 demostró la importancia del papel del Estado para proteger a trabajadores y empresas, con inversiones mayúsculas.

Durante su gobierno se tomaron decisiones como la aprobación de las licencias de maternidad/paternidad pagadas por hasta 14 meses, el matrimonio entre personas del mismo sexo, decisión que alentó aunque votó en contra. Pero la decisión que más revela sus valores y su crecimiento hacia una líder pro derechos es la de admitir,  en 2015, en calidad de refugiados a más de un millón de sirios  e incentivar su integración en la sociedad alemana mediante subsidios, empleos y diversas ayudas. Cuando se desarrollaba el drama de las oleadas de refugiados rechazados por la Unión Europea, Merkel abrió las puertas y el corazón de su país a esos seres humanos desesperados  en un conmovedor mensaje de querer  ser otra Alemania, aquella que celebra la hermandad de la humanidad en la  Oda a la Alegría, de Schiller,  inmortalizada por Beethoven en su Novena Sinfonía.  Esa sola decisión afianzó su liderazgo en la parte occidental de su país y, paradójicamente, incentivó el fortalecimiento del partido de ultraderecha antiinmigrantes, el Alternativa para Alemania, AfD, en la antigua parte este de donde ella es originaria.

Gracias a su ejemplo, cientos de miles de niñas y jovencitas considerarán natural aspirar a gobernar y ser líderes. Pero por si hacia falta, en los últimos días de su mandato, Angela Merkel declaró que había dejado atrás sus dudas sobre el feminismo y que, como  Chimamanda Ngozi Adichie, consideraba que todas las mujeres debían ser feministas. Concuerdo.

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