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Sistema escolar: cerca de una crisis de legitimación

Carlos Ornelas

Carlos Ornelas

Es bien sabido que partidas del crimen organizado tienen base social. No es gratuita; su plataforma económica se cimienta en la entrega de dinero “fácil” para sicarios y miembros de rango, quienes transfieren una parte a sus familias. Pero hacen más: donan cantidades considerables para templos (de varias creencias), caminos e infraestructura escolar.

Reforma (06/11) reporta que Los Chapitos, como se conoce a los hijos de Joaquín Guzmán Loera, construyeron y equiparon con mobiliario, computadoras, conexión a internet y pantallas digitales a una escuela en uno de los barrios deprimidos de Culiacán. Además, entregan despensas y uniformes a los escolares. La nota señala que lo hicieron —y tal vez se ganen el favor de la población— porque el gobierno desdeñó las solicitudes de los pepenadores que pedían ayuda para sortear la pandemia.

 
Esta nota me recordó un ensayo del sociólogo inglés Anthony Giddens, donde glosa el pensamiento de Jürgen Habermas (Habermas’s Social and Political Theory, American Journal of Sociology, Vol. 83, No. 1, 1977). Giddens distingue entre crisis económicas, políticas, de identidad y de legitimación.

Esta última, en breve, es una secuela de la pérdida de confianza paulatina en las instituciones públicas (políticas y administrativas), aunque el grupo dirigente conserve autoridad legal para gobernar. No obstante, exhibe que no cumple con eficacia las tareas burocráticas y rutinarias de los servicios públicos.

El discurso oficial —y de la facción mayoritaria del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación— insinúa que la escuela que conocimos antes de la pandemia funcionaba bien. Claro, había problemas, pero se debían a la herencia de la reforma educativa del gobierno de Enrique Peña Nieto, dicen.

Pero no. La administración se erosiona, se acentúa el centralismo, hay denuncias de corrupción y otros hechos en el gobierno de la Cuarta Transformación. Al mismo tiempo, el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2021 castiga al sistema escolar más que en 2020.

Los grupos disidentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación desafían al Estado al ignorar el currículum oficial e imparten materias cargadas de ideología que, según uno de mis contactos en Oaxaca, lo hacen bien, se aplican y los niños aprenden. Saben quién fue el Che Guevara, aunque ignoren la existencia de Francisco I. Madero.

La Unión Nacional de Padres de Familia aboga por la libertad de enseñanza y se sabe que en las escuelas confesionales pesa más el currículum paralelo que el oficial, en especial en el campo de los valores. Otras organizaciones de derecha pugnan por eliminar la educación sexual y hasta la teoría de la evolución. Quieren proscribir textos.

No hay evidencias de que en las escuelas que equipan los grupos criminales se haga apología del delito. Sin embargo, no hay necesidad, con el ejemplo minan la identidad del Estado. Abonan a una potencial crisis de legitimación.

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