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Con la vara que mides serás recordado

Carlos Carranza

Carlos Carranza

Una de las constantes del presente gobierno es la facilidad con la que se articula el absurdo, bajo el amparo de esa regla de oro que señala y describe que en nuestro país “no pasa nada”. Ya no hay lugar a la sorpresa cuando a lo largo de este sexenio se ha manejado una estrategia de comunicación que sería muy cómica, si no fuera parte de las respuestas oficiales de un gobierno que asumió la titánica labor de configurar una realidad basada en la opacidad y la mentira.

Apenas transcurrieron unos cuantos días de la pandemia de covid-19 –una tragedia por cualquiera de los ámbitos por donde se analice– y daba inicio el carrusel de discursos en los que se revelaba la naturaleza de quienes eran capaces de sonreír, hacer mofa y convertir en oportunidad política la desgracia que tocaba a nuestras puertas. Empleando al aparato burocrático del Estado y sus alcances en los medios de comunicación se erigieron monumentos discursivos para ensalzar la imagen de quienes jugaban a inventar una nueva categoría de la ignominia al proclamar que “la fuerza del Presidente es moral, no de contagio”. No era una casualidad que se colocara la figura presidencial como la medida de esa nueva “moral”, que estaba más allá de un riesgo médico del que nadie estaba exento: la muerte campeaba por las calles y tocaba a nuestras puertas, excepto para quien se consolidaba como el icono del nuevo presidencialismo mexicano. Y no tardó en surgir aquella sonrisa con la que se presumía el poder de los famosos “Detente”, con la que coronaba su postura ante el virus que trastocó la vida de miles de personas en el país. Un gesto que, de no aparecer ante las cámaras y los micrófonos, hubiera sido una simple gansada, una broma de mal gusto. Sin embargo, ya era momento para cuestionarse y tratar de entender de qué se reía el paradigma de la nueva “moral”.

Nadie puede darse por sorprendido o sorprendida cuando el inquilino del Palacio Nacional, enfrascado en su reyerta en contra de los medios de comunicación que no son afines a su “proyecto”, pasó de la incendiaria diatriba a regalarle una sonrisa y carcajada abierta a una sociedad que no encuentra motivos para reírse de la cantidad de homicidios que fracturan diariamente su vida –sin mencionar las desapariciones, feminicidios, los secuestros–. Más allá de las posibles explicaciones que el corifeo de las voces propagandísticas pueda esgrimir, allí queda la reacción de quien prefiere mantenerse en la egolatría de su empeño justiciero en contra de sus enemigos imaginarios y la conspiración del pasado, que en asumir el posible fracaso de su política de seguridad. ¿Será que quienes hoy desestiman esa reacción, en otros tiempos se hubieran volcado a las calles exigiendo la renuncia de todo el gobierno? Sabemos la respuesta.

En efecto, en la respuesta que se acaba de formular, se encuentra la articulación de lo que hemos presenciado durante esta semana ante la muerte de treinta y nueve migrantes –y casi treinta heridos– en un centro administrado por el Instituto Nacional de Migración en Ciudad Juárez. Una tragedia que, de inmediato, puso en funcionamiento a toda la maquinaria del gobierno para buscar el mínimo detalle que permitiera minimizar o desaparecer, como en un acto de magia circense, la responsabilidad del Estado que, en efecto, señalaría directamente a la totémica figura presidencial. No obstante, apareció el siempre oportuno espíritu risueño del paradigma de la nueva “moral” para poner en acción y a marchas forzadas a cada uno de los engranajes de ese corifeo que es capaz de aplaudir y justificar cualquier absurdo gubernamental. Así, no sorprenden las reacciones que también revelaron la estulticia y la bajeza de quienes son parte de la estrategia de comunicación de este gobierno: desde culpar a las propias víctimas, hasta señalar como único perjudicado de las terribles acciones de los medios de comunicación al gobierno de la llamada “transformación”. Y, claro está, borrar los nombres de dos aspirantes a la sucesión presidencial que, según la ley, serían los primeros obligados en dar respuestas y asumir su responsabilidad ante la grave e inhumana situación de los migrantes en nuestro país. Sin embargo, serán los hilos más frágiles los que se romperán con simple facilidad.

En otros momentos, quienes hoy buscan levantar una polvareda ante la desgracia, gritaban que el Estado era responsable de Ayotzinapa, la tragedia de la guardería ABC, la violencia policial, etcétera, y tomaban las calles para señalar la responsabilidad de la figura presidencial. Hoy, su nueva “moral”, el “humanismo” y el señor paradigma, tienen otras coordenadas que se extravían en su cinismo. Con la misma vara carroñera que midieron hoy se configura su historia. Sí, fue el Estado y su desvergüenza, lo cual tampoco se olvida.

 

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