Tan sencillo y esencial; vital. Lo invisible de su naturaleza, que nos envuelve a todos, desde el primer al último aliento, resta trascendencia a los ojos de la ignorancia.
La ignorancia es peor que la maldad. Parece necesario insistir en una idea conocida de Indra Devi, difusora del yoga en India, en Los Angeles, en Tecate, Baja California, en Buenos Aires: el principal alimento del cuerpo es el aire. Y seguramente si no sabe respirar, el cuerpo no resistirá enfermedades.
Indra Devi vio la luz de tres siglos, nació en Riga, Letonia, el 12 de mayo de 1899 y desapareció físicamente el 25 de abril de 2002, en B.A. Por asociación viene el recuerdo de Gertrude Ederle, nadadora olímpica y primera mujer que realizó, en el segundo intento, la hazaña de la travesía del Canal de la Mancha con un crono en dos horas más rápido que el RM de hombres.
La cito porque vivió 98 años —hemos hablado de su voluntad inquebrantable, arquetipo de lucha contra la adversidad— y porque el acto de respirar es rítmico y profundo en yoga y natación; el del yogui es sereno, suave, profundo. El practicante del tai chi conjuga respiración y movimientos suaves como vuelo de un albatros; otros los incorporan con mayor energía.
En Pekín, por las mañanas, es común observar cómo niños, adultos y ancianos practican en las calles tai chi. No acuden al gimnasio para mantener y fortalecer la salud. Aire-respiración crean vida sana; la atmósfera tan sutil, núcleo central del ecosistema terrestre, en una de sus múltiples funciones nos protege de los meteoritos que al contacto, en la colisión, los incendia y los transforma en polvo metálico.
En la Ciudad de México se carece, en términos generales, de una cultura del aire, de conocimiento y salud. Se vive en una espiral de vértigo desde el momento en que se da el primer paso fuera de casa… Se respira aire podrido al que se suma el ruido… Un pueblo fiestero —José Vasconcelos, creador de la frase emblemática de la UNAM “Por mi raza hablará el espíritu”, lo calificó en la Alameda de pueblo globero—, que festeja actos políticos, religiosos y sociales, con fuegos artificiales. En Pekín, París, Londres se prenden fuegos, sólo que es muy diferente al nivel del mar que a la altura de los 2,240 m de altura snm. Unos y otros inciden, repercuten, en la contaminación global, pero en el Valle de México se provoca un deterioro en la salud y vida de animales y plantas; en las actividades y conducta del hombre.
No se conoce un programa cultural con el propósito real y responsable, diseñado por científicos, biólogos, físicos, en el intento de disminuir la contaminación del aire. En septiembre, en el Zócalo, durante 10 minutos estallaron fuegos artificiales con réplicas en decenas de poblaciones del Valle de México. Sheinbaum, en el balcón, sonreía, y con ella el pueblo, extasiados ante el espectáculo. No, no es que la imaginación se dirija a Nerón tocando la lira, si no a la necesidad de un cambio urgente en política, religión y sociedad de entender con la decisión obligada de romper con tradiciones y costumbres populares que provocan daños a la salud y a la vida.
