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Desprestigio y confrontación

Armando Salinas Torre

Armando Salinas Torre

La campaña de desprestigio y confrontación continúa a pesar de la necesidad de unidad nacional contra la crisis.

Hemos  padecido una caída del Producto Interno Bruto en los últimos tres trimestres de 17.3, de 1.2 y de .01 por ciento de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía. Estas cifras representan una gravísima disminución en el empleo formal y de los ingresos de millones de mexicanos.

El número de muertes y contagios por covid-19 ha rebasado los escenarios más catastróficos planteados del propio gobierno y padecemos una de las peores tasas de mortalidad del mundo.

La percepción de la sociedad sobre la inseguridad en nuestro país, en términos generales, aún no ha disminuido en forma relevante de acuerdo con las encuestas del Inegi, es decir, aún padecemos también una crisis de inseguridad pública.

En este contexto, serían indispensables las acciones coordinadas para hacerles frente a estas crisis, pues hay muy poco lugar para disentir, por ejemplo, en el caso de seguridad pública para coordinar los esfuerzos en los tres órdenes de gobierno a nivel nacional; en materia económica, de realizar apoyos fiscales y financieros a las pequeñas y medianas empresas; pero, en particular, en el urgente mensaje por parte de todos los líderes políticos (desde el líder de barrio hasta el Presidente de la República) de concientizar y sensibilizar a todos (gobierno y sociedad) que la prioridad gubernamental y de la sociedad debiera ser cuidar la salud y, una vez tomadas todas las medidas de prevención al respecto, realizar las actividades económicas y/o de gobierno.

Lamentablemente, los discursos polarizantes —propios de campañas electorales— que generan desprestigio, confrontación y, hasta cierto punto, odio —con la finalidad de marcar diferencias entre los militantes y simpatizantes— no pueden sostenerse en el ejercicio de gobierno, mucho menos desde la tribuna del Jefe de Estado, quien debiera convocar a la acción en torno a objetivos comunes.

Los excesos de este discurso, que denigra y confronta, se evidencian cuando se califica como arrogancia de sentirse independientes al fiscal general de la República y al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación por no acudir a un evento político del Ejecutivo federal. Situación similar sucede cuando se amenaza a los jueces o magistrados para que emitan resoluciones en cierto sentido.

En términos similares sucede que el Ejecutivo federal diga que el actuar del Instituto Nacional Electoral (INE) los salvó de fenecer por la poca credibilidad que tiene. Esta situación reitera, en forma evidente, los excesos del menosprecio institucional del Estado de derecho, pues no debemos olvidar que el INE tutela los derechos políticos electorales de los mexicanos, los cuales también son una piedra angular de la democracia, además de que estamos iniciando uno de los procesos electorales más complicados de la historia reciente de nuestro país.

Desde hace décadas hemos luchado por crear y consolidar instituciones y una cultura de respeto a los derechos de todos, incluido el de bienestar y seguridad social (vulnerados en forma dramática en esta pandemia), los derechos humanos (a pesar de ser criticados incluye los derechos a la integridad física, a no sufrir violencia de cualquier tipo, entre muchos otros) y, sin embargo, no hemos logrado los objetivos para los que fueron creadas las instituciones públicas ni alcanzado esa cultura de respeto a los derechos de todos.

No obstante lo anterior, ello no justifica que desde la más importante función del Estado se socaven los fundamentos de la poca credibilidad de las instituciones, puesto que en breve tiempo no habrá institución que resguarde ninguno de los derechos de la sociedad, sino que sean amparados únicamente en la veleidad de una sola voluntad que se erige en la máxima autoridad moral del país.

El gatopardismo en nuestra situación es que la Cuarta Transformación es para que todo siga igual, en donde no haya autonomía constitucional de los órganos y poderes del Estado, transparencia, democracia ni mucho menos respeto a los derechos humanos, pues el discurso imperante de desprestigio y confrontación dictado sirve para que una sola voz gobernante se imponga.

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