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¿Cómo esperar resultados diferentes si seguimos haciendo las mismas cosas?

Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

Albert Einstein dijo: “Locura es hacer lo mismo una vez tras otra, y esperar resultados diferentes”. Si bien aquí los que así actúan no están locos, los resultados parecen deberse a esa situación mental; por otra parte, no está de más decirlo, esa conducta nos ha llevado a pagar un altísimo precio por los efectos negativos que tiene.

Ante la evidencia, ¿por qué hacer las mismas cosas que han probado hasta la saciedad su ineficacia y como dije arriba, los daños causados se han traducido en caídas brutales del crecimiento, y en un atraso estructural que conscientemente hemos mantenido durante decenios, por encima y en contra de toda evidencia?

¿Acaso me refiero a la experimentación científica a la cual se refería Einstein cuando dijo aquella frase? ¿Estaré pensando en la repetición sistemática en el laboratorio —de la misma manera, siempre equivocada—, del mismo experimento a la espera de resultados diferentes los cuales se darían, casi por arte magia?

En modo alguno tengo eso en mente; pienso en algo menos complicado pero más terrenal y cercano a la gente y su bienestar: La utilización del gasto público como instrumento para lograr crecimiento económico por períodos prolongados.

La experiencia acumulada en decenas de países desde los años setenta a la fecha, demuestra lo dañino que es la utilización del gasto público como la palanca para obtener crecimiento económico; insistir —una y otra vez­— en aplicar esta equivocada política pública, ha llevado al país que eso hace, a sufrir retrocesos que prácticamente nadie habría imaginado.

El daño mayor no está en el alto precio que hay que pagar —a veces durante generaciones— como consecuencia de los efectos que dicha política pública tiene; el daño mayor es la mentalidad que se forma en los panegiristas del gasto, que jamás aceptan que el error no está fuera del país sino en la política seguida.

El cinismo que se desarrolla para rechazar toda responsabilidad y echar culpas y responsabilidades en los demás, es el efecto más dañino y difícil de erradicar entre los que ven el gasto público como la panacea.

El desprecio por las evidencias —de no pocos de los que promueven la utilización del gasto como la palanca salvadora en materia de crecimiento económico—, y el rechazo a toda crítica y desechar (debido a la soberbia propia de quienes se sienten por encima de los demás mortales) cualquier asomo autocrítico, ha llevado a países a desaparecer y a gobiernos a ser derrotados de manera aplastante en las urnas.

Hacer lo mismo una y otra vez a la espera de resultados diferentes, es la comprobación de la justeza de la afirmación de Einstein; lo es también, querer encontrar atajos para llegar al crecimiento en poco tiempo y de manera fácil, sin tener que pagar los costos políticos que entrañaría hacer cosas diferentes para obtener resultados diferentes. 

Por otra parte, la dinámica que genera en los gobiernos y sus funcionarios la indecisión y el temor a las consecuencias políticas de las obligadas decisiones impopulares y dolorosas pero efectivas, los conduce a un callejón cuya única salida —piensan—, sería privilegiar el gasto público. Aquí y ahora, ese es el panorama; no parecen saber hacer otra cosa más que extraer recursos de la sociedad para gastarlos a la espera del milagro que haría crecer la economía.

Hay que rectificar, y tomar decisiones impopulares y dolorosas; lo otro, sólo es un sueño que tiene un costosísimo despertar.

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