LA LIMPIEZA DE DIENTES
¿Qué hay de cierto en que hay veces en que no hay que lavarse los dientes?
R. Le comparto que según los expertos y el sentido común: hay tres veces en que no hay que lavarse los dientes: (cinco “hay” en tres renglones).
Primero, justo después de vomitar, porque el vómito contiene ácidos estomacales que ablandan el esmalte dental y cepillar inmediatamente puede dañarlo.
Segundo, luego de consumir alimentos o bebidas ácidas como frutas cítricas, refrescos, bebidas deportivas, caramelos ácidos o café. Estos ácidos suavizan el esmalte temporalmente y cepillar en ese momento puede desgastarlo. Se recomienda esperar, al menos, de 30 minutos a una hora para que la saliva neutralice los ácidos y el esmalte se endurezca nuevamente.
Tercero, después del desayuno, ya que muchos alimentos consumidos en este momento pueden ser ácidos y provocar el mismo efecto de ablandamiento del esmalte, por lo que es mejor evitar cepillar enseguida.
En lugar de cepillar en estos momentos, es aconsejable enjuagar la boca con agua para reducir los ácidos y restos de comida, preservando así el esmalte y manteniendo la salud bucal.
ASEO DIARIO
¿Qué quiere decir cuando se habla de que el aseo diario es más que una rutina?
R: Se dice porque es un acto de respeto hacia uno mismo y hacia los demás. El aseo diario no es sólo limpieza: es presencia, dignidad y salud. En México, donde el clima, la cercanía social y la movilidad urbana influyen, mantener una higiene adecuada es también una forma de convivencia.
Ducharse, lavarse las manos, cuidar la boca, cambiar la ropa… son gestos que protegen el cuerpo y elevan el ánimo. Además, el aseo tiene una dimensión emocional: cuando uno se siente limpio, se siente capaz. Y en tiempos de estrés, mantener rutinas de cuidado puede ser una forma de resistencia silenciosa.
La higiene no es superficial. Es profunda y cotidiana.
¿SERÉ YO?
Dígame con franqueza, ¿soy yo o es que en realidad hay días en que todo parece más gris?
R. Tranquilo, no sólo es usted, sino que la percepción está ligada al estado emocional. Cuando estamos tristes, ansiosos o agotados, el mundo se ve distinto. Los colores pierden brillo, los sonidos se apagan, los sabores se diluyen. No es que el entorno cambie: es que nosotros lo filtramos de otra manera.
Este fenómeno tiene base neurológica. El cerebro interpreta los estímulos según nuestro estado interno. Por eso, un mismo paisaje puede parecer vibrante un día y opaco al siguiente. Reconocer esto nos ayuda a entender que no estamos “locos”: estamos vivos. Y que cuidar la mente también mejora la mirada.
A veces, el gris no está afuera. Está dentro. Pero también puede despejarse.
