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Cuates de Australia: “Dios sabe por qué”

Lucero Solórzano

Lucero Solórzano

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Hace casi un año, el 11 de marzo de 2011, publiqué en este mismo espacio una columna dedicada al documental de Everardo González Cuates de Australia. Lo vi por primera vez en el Festival de Cine Internacional de Guadalajara donde se llevó el Premio al Mejor Documental Mexicano.

Doce meses después y tras su presentación muy exitosa en varios eventos cinematográficos en México y otros países, Cuates de Australia tendrá su estreno comercial este viernes en un pequeño circuito de distribución por el área metropolitana de la Ciudad de México para luego viajar por otras sedes del país.

Hemos mencionado aquí que el cine documental mexicano ha entrado en una muy positiva etapa desde hace casi diez años. Sin duda en los últimos años se están haciendo mejores documentales que cine de ficción y la muestra son: En el hoyo de Juan Carlos Rulfo, Mi vida adentro de Lucía Gajá, Canícula de José Álvarez, Los herederos de Eugenio Polgovsky, Presunto culpable entre muchos otros.

Everardo González ha mostrado una sensibilidad única en el desarrollo de sus historias entre las que en mi opinión destacan La canción del pulque, Los ladrones viejos y El cielo abierto. Ha “construido” un estilo muy personal que lo lleva a encontrar historias de una enorme riqueza y complejidad a partir de eventos y hechos de la vida cotidiana, pero de esa vida cotidiana que está muy lejos de la mayoría de la población.

Volver a ver Cuates de Australia para la elaboración de esta columna me invita a una segunda y tercera lecturas en la que descubro la naturalidad y espontaneidad del realizador para acercarse a los pocos habitantes (casi 140) de un lugar de la Sierra de Coahuila que se llama precisamente Cuates de Australia, sin que ninguno de los pobladores sepa de dónde vino semejante nombre.

Everardo capta la absoluta adaptación e integración de un pueblo a los fenómenos de la Naturaleza. En medio del desierto Cuates de Australia sufre año con año una sequía de tales dimensiones que todos los habitantes, ancianos, niños, mujeres embarazadas, campesinos, maestros, vaqueros, médicos, familias enteras, abandonan el lugar hasta que el tiempo de lluvias regresa y sus desolados lagos y ríos vuelven a llenarse para unos meses después repetir el ciclo. Dejan sus casas vacías, las aulas solas, algunos juguetes o cacharros olvidados, pero es suyo, es lo único que tienen y año con año van a abandonar todo para recuperarlo después sin que les pase por la cabeza cambiarlo por otro lugar. Son estoicos, duros, insertados en un ciclo de sobrevivencia cuyo único motor es su voluntad férrea y la esperanza.

Este ejido enclavado en una región de malas noticias, de violencia y narcotráfico parece confinado a una burbuja en la que el más grave problema es la falta de agua y la necesidad de armar un bien organizado éxodo que los lleve a lugares más favorecidos por las lluvias. Los viejos de Cuates de Australia —cuyo gentilicio mejor ni me imagino— se preguntan el por qué de estas crueles sequías y sólo aciertan a explicarlas con un: “Dios es el que manda todo. Sólo Él sabe por qué”.

Otro elemento que llama mi atención es la representación de la violencia de la naturaleza, del ciclo de la vida que se ve temporalmente suspendido cuando el agua desaparece, de los animales que quedan muertos por el camino, de la propia muerte que es otro pasajero que viaja con los pobladores en las carretas y camionetas de rediles.

Hay una bella analogía en la persona de una jovencita que espera un hijo a la que el médico le comunica que su embarazo es de alto riesgo, que su bebé ha perdido líquido y está desnutrido. La futura mamá, casi una niña, se queda en silencio. Parece que el doctor ha descrito la condición del ejido, de Cuates de Australia, es una criatura en espera, sin líquido, desnutrida y que cada año inicia un parto de alto riesgo.

Muy recomendable, no se pierda este documental.

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