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Qué pena

Leo Zuckermann

Leo Zuckermann

Juegos de poder

El problema es que se salen con la suya. La foto es clarísima. Los diputados del Partido del Trabajo van subiendo a la tribuna con una sonrisita como si fueran un grupito de adolescentes que está a punto de hacer una travesura. Y atrás de ellos van los medios fascinados por un escándalo que ya anunciaron con anterioridad. Despiértate, Conchita, que ahí va el payaso con un nuevo truco. Va a ser un notición. Prende la grabadora. Que venga el camarógrafo. Mira, parece que lleva una pancarta. Efectivamente. ¿Qué dice? No manches, está de pelos. Saca la foto. Postéala en el internet. Tuitéala. Habla a la estación para que entremos en vivo. Nos vamos a llevar la nota. Está de poca madre. Gracias, señor payasito, gracias por darnos este escandalazo. 

Son nuestros representantes. Los diputados que hacen las leyes. Los legisladores que, ellos mismos, se dieron un reglamento para que sus sesiones fueran más serias. Que prohibieron, por ejemplo, el despliegue de mantas y cartulinas en la tribuna del Congreso. Pero, ¿quién está para cumplir esas leyes que ellos mismos legislaron? ¡Por favor! Si esto es México donde el deporte nacional es incumplir la ley comenzando, desde luego, con los legisladores. Son los primeros tramposos. Ese es el mensaje que nos envían.

Muchos se quejan porque tres comediantes ingleses, que hacen un programa sobre coches en la televisión británica, se burlaron de los mexicanos. Nuestro embajador en Londres demandó una disculpa pública a la cadena televisiva BBC. En las redes sociales y en los medios muchos se escandalizaron. ¿Cómo se atreven esos barbajanes imperialistas a burlarse del glorioso pueblo de México? Una nación seria, trabajadora, formal y respetuosa de la ley. Como sus diputados, los representantes del pueblo, que son los primeros en poner el ejemplo.

Tengo una idea: que venga el programa Top Gear de la BBC a grabar a San Lázaro a ver si cambian así la idea de lo que es México. Que entrevisten a los diputados del Partido del Trabajo para que se lleven una buena impresión de este país.

Pena. Eso es lo que me da cuando veo el patético espectáculo en la Cámara de Diputados. Pena por aquellos que creen que echar desmadre se vale en la política. Pena por los medios que trasmiten estas imágenes porque piensan que los índices de audiencia van a aumentar. Pena por el público al que en efecto le parecen graciosos los insultos e improperios que se lanzan desde la máxima tribuna del país.

El nuevo reglamento de la Cámara de Diputados pretendía establecer seriedad y formalidad en el trabajo parlamentario, como debe ser. Pero, contra políticos que creen que la ley es burguesa, aburrida y un instrumento de los ricos-poderosos, pues no hay norma que sirva. Para ellos es muy simple: cumplo la ley cuando me conviene; cuando no, pues no. Aunque yo sea diputado.

En este sentido, los legisladores pueden legislar todo lo que quieran pero, mientras haya políticos tramposos dispuestos a pasarse la ley por el Arco del Triunfo, y no haya castigo por sus actos, pues la ley será como un llamado a misa: el que quiera que la cumpla, el que no, pues no.

Lo mismo que las nuevas disposiciones electorales de 2007 que suenan tan bien en el papel en el que están escritas. Pero son los mismos políticos que hicieron estas normas los que diseñan las trampas para burlarse de ellas. Con esa mentalidad, no hay ley que valga. Ni la mejor del mundo. Mientras haya tramposos y no se les castigue, comenzando por los políticos, pues los legisladores pueden seguir produciendo leyes que sólo sirven como papel de baño.

Qué espectáculo más penoso el de ayer en la Cámara de Diputados. Prefiero ver el de los comediantes mamarrachos de Top Gear. Por lo menos ellos no creen que estén salvando a la República.

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