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Expresiones

Silvia Molina une memoria y ficción para dar vida a un libro que nutre con sus recuerdos

En 'La República española en un pañuelo', la escritora muestra una dimensión más íntima de los republicanos llegados a México durante los años 40 del siglo pasado

Virginia Bautista | 13-02-2021
Foto: Especial
Foto: Especial

CIUDAD DE MÉXICO.

Al compartir sus recuerdos de in­fancia y la amis­tad que tuvieron sus padres, Héctor Pé­rez Martínez y María Celis Campos, con muchos es­pañoles exiliados en Mé­xico, la escritora Silvia Molina (1946) muestra una dimensión más íntima, cá­lida y personal de estos re­publicanos que llegaron al país durante los años 40 del siglo XX.

El amor y la gratitud que entrelaza a las perso­nas, más allá de su pro­fesión y su fama, es el hilo conductor del libro La República española en un pañuelo (Semina­rio de Cultura Mexicana), en el que la narradora une memoria y ficción para dar vida a historias poco conocidas.

Es un homenaje al exi­lio español que nos dio distintas cosas, pero en general nos aportó su co­nocimiento y su voluntad para rehacerse. No basta con recordar o reinventar, tienes que hacer litera­tura, eso es lo difícil. Hay que vestir lo que cuentas”, afirma Molina en entrevis­ta con Excélsior.

La también ensayista y editora confeccionó este título, explica, a partir de las decenas de cartas que conserva de sus padres y las conversaciones con su madre, sus hermanos, sus tías y amigos de la familia que visitaban su casa de manera cotidiana.

 

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Son recuerdos no vi­vidos por mí. Las cartas cuentan cosas que vas asimilando como si fue­ran tuyas, pero en realidad no lo son. Así, descubrí por dentro lo que estaba sucediendo en una épo­ca en la que no estuve”, comenta.

Éste es el tercer título que la novelista y cuentis­ta dedica a sus recuerdos familiares. El primero fue La mañana debe seguir gris (Premio Xavier Villau­rrutia 1977), sobre su amor juvenil por el poeta tabas­queño José Carlos Becerra, quien murió en 1970 en un accidente automovilístico en Italia. El segundo fue Imagen de Héctor (1990), en el que evoca a su padre, quien falleció cuando ella tenía apenas dos años.

Eran amigos cariño­sos y fieles de mi padre. Él siempre los apoyó y los acogió desde que era director del periódico El Nacional Revolucionario hasta que fue gobernador del estado Campeche. Y ellos le pagaron con una amistad que duró más allá de su muerte, pues nunca dejaron de visitar y alen­tar a mi madre, que quedó viuda joven y con cinco hi­jos”, agrega Molina.

Así, reconocidos es­pañoles como los poetas León Felipe y Juan Rejano, el escritor Francisco Gi­ner, los pintores José Mo­reno Villa y Miguel Prieto, quien les hizo un retrato a Silvia y a su hermana Ma­ría Eugenia Chacha, y el editor Joaquín Díez-Cane­do, entre otros, eran una presencia cotidiana en la casa paterna.

Siempre guardé un buen recuerdo de ellos. Tuve la suerte de cono­cer a unos por una cosa y a otros por otra. Estaban al pendiente de nosotros. Eran como parte de nues­tra familia”, añade.

La autora de La fami­lia vino del norte y El amor que me juraste detalla que León Felipe, por ejemplo, “era un encanto de perso­na, tenía muy buen sen­tido del humor, era muy cariñoso. Al final, creo que a todos les fue bien con sus logros, estaban muy orgullosos”.

Admite que la memo­ria y la oralidad como re­cursos fueron vitales en la confección de esta nueva novela.

Las cartas me ayuda­ron muchísimo, porque en esa época lo que exis­tía era el telégrafo y el co­rreo. Tengo misivas que le escribe mi padre a mi ma­dre que llegaban de un día para otro, en los años 30 y 40 era muy rápido. Los textos eran largos y des­criben la manera de vivir de entonces”.

Silvia Molina está de acuerdo en lo que Mau­ricio Merino apunta en el corolario: “Nuestro víncu­lo con el exilio republica­no no pasa por la epopeya, sino por el corazón”. Y des­taca que esta idea fue su punto de partida.

 

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La secretaria general del Seminario de Cultu­ra Mexicana adelanta que, “después de poner estos recuerdos vitales en un pañuelo”, trabaja en una novela que se llamará La huida del peregrino, en la que recrea la vida de su tío Rafael Sánchez de Ocaña, el español que llegó a Mé­xico en 1931 y se casó con la hermana de su madre. “Fue compañero de Orte­ga y Gasset y perteneció a la Generación de 1914, no sabía eso. Creo que ya con esto cierro el ciclo de me­morias. Aún conservo las cartas personales de mi padre, pero todos sus pa­peles de trabajo los doné al gobierno de Campeche.

 

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