‘Las 3 palmadas’, obra teatral sobre lucha libre y el barrio

Bernardo Barrientos cuenta en la puesta en escena la historia de un réferi de la lucha libre que se niega a retirar, aun cuando está quedando ciego

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CIUDAD DE MÉXICO, 15 de agosto.-¿Cuánto tiempo se invierte en entender a qué se viene al mundo? A veces, la vida entera no alcanza. ¿Qué hacer cuando, luego de encontrar la actividad que da sentido a la respiración, alguna contingencia ocurre e impide realizarla? Insistir.

Recuerdo al primer buzo negro retratado en Hombres de honor, ése que prefirió perder la pierna antes que dejar de bucear. Pienso en la bailarina con los pies destrozados por el desgaste de la repetición, las puntas rotas de tanto soportar el peso del cuerpo que sigue bailando a pesar de todo. Imagino al luchador, que pinta Darren Aronofsky, al que, luego de aprender que su vida está en el cuadrilátero, le resulta imposible salir del ring porque no entiende otro modo de enfrentar la existencia, aunque el próximo vuelo desde la tercera cuerda implique la explosión del cardio.

A veces, encontrarse en la vida implica encontrar también el camino hacia la propia muerte, hacia la descomposición. Toda actividad tiene sus riesgos, sus desgastes: el arquitecto, desde que estudia va perdiendo la vista; el “gasero” acumula el peso de los tanques hasta quebrar sus huesos; el corredor rompe sus meniscos por el impacto de las carreras que se agolpan; el luchador colecciona cicatrices y fracturas; el réferi de lucha libre asume los riesgos de la contienda, el sillazo mal acomodado, las astillas o las chispas que saltan de la madera o el metal.

Este último personaje es el que habla en el monólogo de Bernardo Barrientos Las 3 palmadas. Apuesta de teatro mínima donde, en sólo 15 minutos, empapa al auditorio con el ambiente de la lucha libre y el barrio (si es que hay fronteras entre ambos).

Un réferi de lucha libre que, en una de las contingencias de su oficio, empieza a perder la vista, que no puede retirarse porque su vida está entre las cuerdas del cuadrilátero porque tirar la toalla en el ring es peor que perder la respiración, que sabe que hay quienes nacieron para luchar y otros que necesitan estar en medio, viendolo intentando verlo todo.

¿Qué hacer cuando el órgano principal del oficio se extravía, cuando el réferi se va quedando ciego? Usar el resto del cuerpo: “La lucha libre no nomás se ve, se siente, es un sonido que se oye como la palma abierta quebrando la piel del pecho. Es un grito que no se escucha en ningún otro lugar”. Así resuelve Barrientos la terquedad del personaje que, entre confusiones e insultos, no puede dejar de referear, que no puede dejar de seguir la estela de su padre (quien también fue réferi). Y sigue, se aferra a subirse al cuadrilátero aunque el latido dude, aunque inquiete la pregunta por el tiempo restante: “A veces uno se pregunta ¿hasta cuándo? Tal vez un año, cinco, o 35 más; sepa la bola. Nunca he pensado en retirarme. La lucha libre es tan bonita que nadie se aparta por propio pie. Aquí te retira el tiempo. El de mañana, porque el de ayer ya lo libraste”.

Seguir a pesar de todo, aunque se tenga que fingir, aunque se tenga que disimular la ceguera. Seguir. No salir del cuadrilátero sino hasta que se hayan contado las tres palmadas, las definitivas. No tirar la toalla e ir a las duchas por última vez sino seguir contra todo, contra uno, hasta que el cuerpo ya no se pare de la lona. Dejar que el tiempo nos retire aunque eso no sea sinónimo de durar.