Shinrin-Yoku o baños de bosque

                Los árboles son poemas que la tierra escribe en el cielo.

                Khalil Gibran

 

Para aquellos que crecimos en áreas urbanas (54% de la población vive en áreas urbanas, según la ONU), existen universos que sólo eran posibles gracias a la fantasía. Por ejemplo, como cuando éramos niños y escuchábamos los grandes clásicos infantiles, como Pulgarcito, Blancanieves, Hansel y Gretel o incluso novelas como El Hobbit o El Señor de los Anillos y pensábamos que era muy difícil que nos ocurriera una aventura similar. ¿Cómo podríamos probar nuestro ingenio o valentía si no teníamos la posibilidad de perdernos en el bosque?  Y es que en realidad nos hemos separado tanto de la naturaleza, hemos cercenado tanto los bosques, que difícilmente podemos perdernos en ellos, a menos que lo hagamos de forma intencionada.

Esto no sólo representa la pérdida de posibles aventuras, sino también la capacidad de SENTIR los bosques. No es que no los veamos, pero casi siempre los atravesamos al ir de camino de un lugar a otro. Nos maravillamos ante ellos, pero los percibimos distantes, quizá son magníficos, pero lejanos. En definitiva, están detrás del cristal.

Cierto que las ciudades también tienen sus ventajas, se encuentran concentrados numerosos servicios y también atracciones, pero nos hemos habituado tanto a ello que nos marginamos de la naturaleza. Los parques son esa nostalgia de lo que alguna vez tuvimos como absolutamente cotidiano. Por eso su importancia, y de ahí la tragedia del abandono de muchos de los parques en México. Pareciera que designarlos como áreas recreativas es suficiente y no se vuelve a hacer nada más por ellos. De ahí la relevancia de que algunos grupos privados se encarguen del cuidado de ciertas áreas, es una manera de regalarles agua y esmero. Sin embargo, las ciudades tienen pocos parques con áreas boscosas; en la CDMX contamos con el Bosque de Chapultepec y el Bosque de Tlalpan. El primero es difícil considerarlo con la mística del bosque debido a la cantidad de puestos ambulantes que ahí operan.

Y todo esto es mucho más que una nostalgia por los bosques: al apartarnos de ellos nos hemos cerrado la puerta no sólo a la salud, sino a una forma de relacionarnos con el mundo. Los bosques tienen una magia especial en nuestro cuerpo. En Japón, Yoshifumi Miyazaki planteó como medicina preventiva el Shirin-Yoku o baño de bosque. Comenzó como una intuición, y con el tiempo se recopiló la evidencia científica de su éxito. Se ha comprobado que “observar paisajes forestales y caminar en el entorno de bosques permite disminuir el cortisol; disminuye la frecuencia cardiaca y la presión arterial”. Es decir, aumenta la actividad parasimática del sistema nervioso y disminuye la simpática (relacionada con el estado de alerta), de tal manera que… “el bosque tiene un efecto de regulación fisiológica cercano al nivel adecuado del cuerpo humano, el cual no es causado completamente por el ejercicio en sí”. The physiological effects of Shinrin Yoku: evidence from field experiments in 24 forest across Japan.  B.J. Park et al.

No se trata sólo de ir al bosque y adentrarse en él, hay que saber caminarlo. No es un deporte o ejercicio físico. Es una experiencia de presencia y atención, y requiere poner a trabajar todos los sentidos. Es estar en silencio, sin música, sin audiolibros, para poder escuchar la voz del bosque: el sonido del viento al pasar por las hojas, los pájaros, el quiebre de una rama… nuestros pasos que hacen crujir el piso lleno de hojarasca. Es poder percibir las múltiples formas en que la luz cae sobre los troncos de los árboles, cómo atraviesa las hojas y llega hasta el musgo y los helechos al ras del suelo. Es sentir el olor del bosque que cambia según la hora del día: más fresco en la mañana, con humedad, y quizá un olor más a madera que fue calentándose a lo largo del día. El olor de las piñas frescas cuando se trata de un bosque de coníferas. Sentir sobre la piel la temperatura del bosque, fresca y húmeda por las mañanas. Sentir la corteza de un árbol, la fragilidad de los helechos. Reconocer los árboles como si se tratara de viejos amigos al recorrer una ruta conocida. Percibir el paso del tiempo, cuando uno de ellos falta, cuando van perdiendo hojas o cuando el liquen se extiende sobre la corteza de los ejemplares más longevos. Es una cuestión de presencia; en ese instante el ser humano deja de estar solo para integrarse a un bosque que cobra vida al ser visitado.

Es tiempo de buenos propósitos, y uno de ellos puede consistir en entablar con los bosques una relación de vida, un vínculo vital; este simple hecho puede cambiar nuestra forma de vivir. 

Porque quizá un placer íntimo puede radicar en una experiencia como la que planteaba Henry David Thoreau: “A menudo recorría ocho o diez millas a través de la nieve más profunda a fin de acudir a una cita que tenía con un haya, con un abedul amarillo con algún viejo conocido entre los pinos”.

Feliz Navidad y Feliz 2026 para todos mis amables lectores.

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