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La necedad

Yuriria Sierra

Yuriria Sierra

Nudo gordiano

Algo tan simple: un alimento incluido en la canasta básica convertido en síntoma del nivel de violencia que se vive en México. Y no el único. Un kilo de pollo o un pollo entero, su estatus fue cubierto en los últimos días por los medios de comunicación. Lo informamos en Imagen Noticias: apenas ayer las pollerías (sí, pollerías) de un mercado en Chilpancingo, Guerrero, reiniciaron operaciones después de tres días de cierre. Sin embargo, abrieron a medias. Lo precisó Ángel Galeana, nuestro corresponsal: de las seis distribuidoras con las que normalmente trabajan en la zona, este miércoles sólo una pudo atender la demanda, eso permitió que locatarios quitaran del exterior de su negocio el mandil negro que habían colocado en protesta. Y es que el cierre fue por culpa del crimen organizado lo narró así Héctor de Mauleón, en El Universal: “El sábado pasado, ninguna de las 32 pollerías del mercado central Baltazar R. Leyva Mancilla alzó sus cortinas. Sobre los mostradores de azulejo blanco, inquietantemente vacíos, sólo pendían mandiles negros. Una protesta a la serie de asesinatos ocurridos en los últimos días: una “protesta de mandiles caídos” (...) casos de extorsión a los distribuidores de pollo, por parte de grupos de la delincuencia organizada, se habían hecho visibles desde mediados de mayo pasado, cuando personal de la Fiscalía General del Estado detuvo a tres integrantes de Los Tlacos...”. 

En otro punto del país, cerca de Guerrero, Texcaltitlán, al sur del Estado de México se convirtió en escenario de otro enfrentamiento entre el crimen organizado y elementos federales. Once delincuentes perdieron la vida. En otra región del país, ésta mucho más al sur, San Cristóbal de las Casas, la segunda ciudad más visitada en Chiapas y uno de los principales destinos turísticos para quienes prefieren los pueblos mágicos, se llenó de miedo cuando dos bandas criminales se disputaron el control del mercado al norte de la localidad; incluso personas al interior de un supermercado tuvieron que, literalmente, ponerse bajo pecho tierra para sentirse a salvo. 

 Y si no es en Chiapas, es en Zacatecas o en San Luis Potosí, Guanajuato, Jalisco, Querétaro. El país, lo hemos dicho, no sólo se ha convertido en un camposanto, sino también en un territorio en guerra, en esa guerra no declarada y en ésa que vamos perdiendo. Esa guerra en la que se insiste en pelear con la misma estrategia. Ante los hechos de los últimos días, el presidente López Obrador subrayó que al menos de aquí a que termine su sexenio, nada va a cambiar: “Tenemos que continuar con la misma estrategia porque no se puede enfrentar la violencia con la violencia, esto es polémico...”, acto seguido culpó a los gobiernos neoliberales por la violencia y a los “conservadores” por las críticas a sus “abrazos, no balazos”. 

Así que López Obrador afirma que la violencia no se ataca con violencia, pero tampoco ha servido la mano suave que lo ha llevado a expresar: “Allí hay algo de consideración, de afecto, en el ser humano. Entonces, por eso tenemos que buscar la reinserción, la generalización, de no considerarlos monstruos, que ya no pueden ser recuperados...”. La violencia generada por el crimen organizado y la atención a las localidades que se viven con miedo, los feminicidios, la atención a las familias de desaparecidos... Todo parece estar en dirección opuesta y todo con la gran ausencia de resultados de unos abrazos que no han parado los balazos. 

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