Lo que los expertos deciden ignorar

AMLO nuevamente hizo de las suyas cuando dijo que hay un “gobierno paralelo” de instituciones autónomas que representan “intereses creados” y que han permitido que se tomen decisiones en contra de los intereses de la nación “bajo la excusa de independencia”. Martí Batres salió a prenderle más leña al fuego diciendo que, en efecto, “hay de autonomías a autonomías”.  Los analistas no daban crédito y se desgarraban las ropas. Se habló de que Morena le tiene fobia a todo lo que huela a contrapeso, y que va contra los expertos. En general, los analistas salieron en defensa de las instituciones autónomas en un debate de blanco y negro. El “negro” era Batres y López Obrador, los anti-demócratas. El “blanco” eran todas las instituciones autónomas, que, con neutralidad y objetividad, protegían la democracia.

Entiendo de dónde proviene el enojo de los analistas. Proviene de pensar que la democracia mexicana no sería tal de no haber sido por el Instituto Federal Electoral (ahora INE) que de la mano de virtuosos como José Woldenberg, permitió que las elecciones dejaran de estar controladas por los designios de la “Presidencia Imperial”. Y de recordar a Banxico, por ejemplo, por promover una responsabilidad macroeconómica apartidista.

Lo que no puedo entender es por qué los expertos, los mismos analistas que se quejan de la simplicidad de AMLO y Batres, cometen el mismo error que ellos. Y deciden ignorar la evidencia y la sana crítica.

Primero, como lo ha demostrado el trabajo del Dr. Cristopher  Ballinas (Centro de Estudios Espinosa Yglesias) y otros estudiosos de la autonomía, existe amplia evidencia de que las instituciones autónomas (no de México, sino en general) no son sinónimo de neutralidad siempre y para siempre.  De hecho, las instituciones autónomas, como cualquier herramienta de política pública, son eso: una herramienta. Una herramienta que puede traer resultados positivos, o que puede empoderar luchas y presiones políticas entre actores que desean modelarlas a su interés. La realidad es que la calidad de las instituciones autónomas y su eficiencia dependen de la forma y el contexto en el que fueron diseñadas.  Segundo, como ha mencionado Yascha Mounk (intelectual e instructor de Harvard), el resultado acumulado de la creación de múltiples instituciones que no responden directamente a la democracia electoral puede, últimamente, erosionar progresivamente la democracia misma. Es decir, con “más y más áreas de la política pública aisladas de la lucha democrática, la capacidad de la gente para influir en su gobierno se reduce”. Lo que supone, según el Dr. Mounk, un peligro a la libertad democrática.

Finalmente, aun instituciones autónomas pueden ser capturadas por intereses no políticos. De acuerdo con la tipología de Michael Johnston, un estudioso de la corrupción y sus síndromes, una de las formas de corrupción más sofisticadas es la llamada “influencia de mercado”. En este tipo de corrupción, grupos de interés privado tratan de influenciar reglas e instituciones en su favor.

Digo todo esto porque me parece sano, y solo sano, que se ventile que la autonomía no es sinónimo ni de pureza, ni de democracia, ni de balance de poder. La autonomía es útil como herramienta para limitar la influencia política más no de virtud. Para crear una democracia verdadera no hay atajos, sólo un camino largo: la construcción de instituciones que respondan, democráticamente, a los intereses de la población en su conjunto, una población educada y exigente.

Concluyo diciendo: hay solo una cosa que es peor que los expertos ignorando las justas críticas que pueden existir a las autonomías y esto es, hacer lo que Morena hizo con la CRE. Intentar destruirla con la burda movida de enviar a gente incapaz de tomar los puestos es indigno de una democracia. Si no les gusta la CRE, que modifiquen la legislación en una discusión pública donde podamos conocer sus motivaciones. No en lo oscurito. Así no se vale.