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Vaya informe de gobierno

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

La nave está haciendo agua. Al muy catastrófico escenario que, apenas la semana pasada, llegamos en términos de manejo de la pandemia —tras haber rebasado la cifra de 60,000 muertos— se suman las recientes, y espeluznantes, declaraciones del secretario de Hacienda.

“Se acabaron los guardaditos”, afirmó —hace unos días— ante los diputados de Morena. El panorama es desolador: el gobierno, simplemente, se ha quedado sin dinero. Los fondos heredados de las administraciones pasadas se han terminado, las coberturas cambiarias disminuirán en un 22% y la deuda pública aumentará entre 7 y 10 puntos del PIB.

En 2021 se vivirá la crisis más grave desde la gran recesión, señaló el secretario de Hacienda, mientras que su jefe aseveraba que los empleos generados por el Tren Maya, y el impulso del nuevo tratado de libre comercio, serían suficientes para paliar una crisis sistémica que no hizo sino acentuar la crisis estructural que ya estábamos padeciendo.

“Recibo un país estable, y sin crisis económica”, afirmó, a principios de septiembre de 2018, el entonces presidente electo. “Tras seis años de gobierno de Enrique Peña Nieto, en el país hay estabilidad y no hay crisis financiera (…) No tenemos una crisis financiera, no nos está pasando lo que está sucediendo en Argentina. Eso también hay que considerarlo. Sí tenemos problemas graves, hay mucha pobreza, mucha inseguridad, violencia, pero hay condiciones también, hay ánimo, esperanza en la gente de que las cosas van a mejorar; vamos a estar a la altura de las circunstancias”.

Pero no fue así. El “país estable, y sin crisis económica” de entonces, poco tiene que ver con la sociedad polarizada, y sumida en la incertidumbre, en la que hoy vivimos. Las instituciones que, con tanto esfuerzo —y tanta sangre de las izquierdas— construimos, hoy mueren por la inquina presidencial; las empresas, y el modelo económico que ha fomentado no sólo el crecimiento, sino el desarrollo de la sociedad, se están dejando morir por una inanición culpable, y deliberada; la nación que, hasta hace un par de años, era la más abierta al comercio internacional, hoy padece la desconfianza de los inversionistas que prefieren poner sus recursos en lugares con un mayor Estado de derecho.

La corrupción no ha disminuido, la pobreza alimentaria va en aumento: los abrazos no han resultado ser más efectivos que los balazos. La narrativa de gobierno no ha sido capaz de rebasar la de campaña, y el titular del Ejecutivo prefiere guarecerse en la relatoría de la perversidad del pasado antes que rendir cuentas sobre la ineficacia de una administración sin más mérito que defender, a ciegas, las ideas —obsoletas— de un solo hombre. Un hombre que —mañana— tiene que rendir, ante la nación entera, el informe del segundo año de su gestión.

Una gestión que —siendo realistas— no tiene nada que presumir. El informe de gobierno que, como sociedad, recibiremos mañana, será un recuento de falacias —y enemigos del pasado— cuya única intención es desviar la atención de los problemas realmente importantes. De nada sirve que se reporten los logros de haber detenido al exdirector corrupto de una paraestatal, cuando las asignaciones directas son mayores que nunca; de nada sirve presumir la detención de un exfuncionario —presuntamente— ligado con el crimen organizado, cuando se organizan viajes para saludar a la mamá de un delincuente. De nada sirve que se informe sobre lo que se va a hacer, antes que reportar sobre lo ínfimo que se ha hecho.

Nada que presumir. Nada que informar, nada que celebrar. El país está en picada, como lo admitieron tanto el funcionario que —ante la crisis de salud— le puso nombre al escenario muy catastrófico, como el que —ahora— pide “la comprensión y la solidaridad de muchos”, para estar dispuestos a caer en la miseria con tal de no tocar el Tren Maya o la refinería.

Un informe de mentiras, de rencor y de pobreza. Vaya informe de gobierno.

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