Palabras mayores

“Ya podría decirlo, pero falta todavía limpiar todo el gobierno”, aseguraba con suficiencia el expresidente López Obrador, en su conferencia matutina del 3 de septiembre de 2019. “No es fácil, pero ya arriba no hay corrupción y eso no es poca cosa. Porque los ...

“Ya podría decirlo, pero falta todavía limpiar todo el gobierno”, aseguraba con suficiencia el expresidente López Obrador, en su conferencia matutina del 3 de septiembre de 2019. “No es fácil, pero ya arriba no hay corrupción y eso no es poca cosa. Porque los negocios más jugosos que se hacían al amparo del poder público llevaban el visto bueno de los presidentes”.

“Nada de que el presidente no sabía, nada de que el presidente no estaba enterado”, prosiguió quien conoce, mejor que nadie, los vericuetos de la política mexicana. “Este es un sistema político presidencialista”, explicó. “El presidente se entera de todo, como los gobernadores en los estados: si se hace una obra, ni modo que la entrega de un contrato sea por decisión del secretario de Obras Públicas sin que el gobernador intervenga. Ya basta de hipocresía, o sea, de estar engañando. Claro que la responsabilidad la tiene la autoridad más elevada…”.

En aquellos tiempos aún no caía García Luna, pero Andrés Manuel ya buscaba la forma de vincular a sus antecesores con la corrupción de sus subordinados. “Entre más elevada la autoridad, más corrupción. Ése es el problema”, afirmaría unas semanas después, mientras inauguraba un hospital rural en Oaxaca. El discurso lo tenía tan hecho que incluso repetiría las frases de la mañanera: “Nada de que el presidente no sabía, no se enteraba, lo engañaban”, insistió con determinación. “Eso es falso: el presidente de México está informado de todo lo que sucede, y las tranzas grandes que se llevaban a cabo —y las que se pudiesen realizar si nosotros no cumpliéramos con nuestro compromiso de gobernar con honestidad— todas esas tranzas llevan el visto bueno del presidente. Aunque no firme, él autoriza. Él tolera, él lo permite”.

“No mentir, no robar, no traicionar al pueblo”. El mantra se repitió miles de veces hasta que la mentira se convirtió en una verdad para un amplio sector de la sociedad, más interesado en recibir los apoyos sociales que en realizar una evaluación crítica de sus gobernantes. El lema no pasó de ser una frase pegajosa, y la Cuarta Transformación Nacional nunca llegó a ser más que un gigante. Un gigante imponente, sin duda, pero con los pies de barro.

Un barro sucio y maloliente. Las noticias se suceden por instantes, y cada una de ellas es más escandalosa que la otra: el ritmo de la información puede resultar vertiginoso, pero lo que hoy sabemos es que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no sólo tuvo un jefe de Oficina bajo sospecha de lavado de dinero, sino que, además, un secretario de Seguridad y Protección Ciudadana que podría haber sido —y seguir siendo— un informante de Estados Unidos. Un secretario de Gobernación que podría estar ligado a uno de los cárteles más violentos en la misma entidad que gobernó anteriormente; un círculo familiar presuntamente deshonesto, a la par que ambicioso, y un grupo de narcotraficantes traicionados dispuestos a negociar —y confesar— cualquier cosa con tal de salvar su pellejo. El objetivo es claro, y el círculo se está cerrando.

“¿Narcoestado? Son palabras mayores, pero antier se me salió decirlo”, explicó en agosto de 2020, después de haber utilizado el adjetivo por primera vez en su conferencia matutina. “¿Por qué no?”, reflexionó. “Si el que estaba a cargo de la seguridad, al final, servía a una de las bandas. Es como si uno de estos jefes hubiese estado de vicepresidente de la República. Porque ese señor que está detenido en los EU era el dedo chiquito de Felipe Calderón, y resulta que ese señor está acusado de recibir sobornos, de estar al servicio de una de las bandas del narcotráfico…”.

“Vamos a limpiar el país de arriba a abajo”, fue otro de los mantras que repitió hasta el hartazgo. “Porque si arriba no se permite la corrupción, entonces vamos a poder limpiar de corrupción al país de arriba para abajo, así como se barren las escaleras”. Nunca nos advirtió, sin embargo, que su propio dedo chiquito ya tenía una barredora lista: ésas son —sin duda alguna— palabras mayores.

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