Navidad

En un mundo que enfrenta tensiones, conflictos armados y profundas divisiones, la Navidad se presenta como un recordatorio vigente de que la esperanza no es ingenuidad, sino una decisión consciente. Es la invitación a creer que la humanidad está en un proceso de transformación, de conversión colectiva.

La historia de la Navidad está íntimamente ligada a la aparición de Jesucristo en la faz de la tierra. Su nacimiento, ocurrido en un contexto de sencillez y humildad, marcó un parteaguas en la historia de la humanidad, no sólo por el surgimiento del cristianismo como religión, sino por el profundo mensaje ético y espiritual que colocó en el centro de la vida humana valores universales: el amor al prójimo, la compasión, el perdón, la justicia y la esperanza.

La Navidad (del latín nativitas) significa nacimiento. Es la fiesta anual que conmemora el nacimiento de Jesucristo y que inicia con una cena familiar el 24 de diciembre y que continúa el 25 de diciembre como la fiesta religiosa y cultural de miles de millones de personas en todo el mundo, con la creencia de que Dios vino al mundo en forma de hombre para expiar los pecados de la humanidad.

Desde sus primeros años, el mensaje de Jesucristo convocó a los seres humanos a reconocerse como iguales, a mirarse unos a otros no desde la fuerza o el dominio, sino desde la fraternidad. Su enseñanza propuso una forma distinta de habitar el mundo: una en la que la dignidad humana, la solidaridad y la búsqueda del bien común fueran el fundamento de la convivencia. En ese sentido, la religión que se construyó en torno a su vida y su palabra ha procurado, a lo largo de los siglos, el mejoramiento interior de las personas: en sus sentimientos, en sus formas de vida y en su relación con los demás.

La Navidad, como celebración del nacimiento de Cristo, se convirtió con el tiempo en un poderoso símbolo de unión. Más allá de credos, culturas o geografías, este tiempo del año invita al encuentro, a la reconciliación y a la comunión entre las personas. No es casual que, históricamente, la Navidad haya sido entendida como un momento propicio para el cese de hostilidades, para la tregua, para el diálogo y para la búsqueda de la paz. El mensaje cristiano, en su esencia, no promueve la confrontación ni la guerra; por el contrario, insiste en que la fuerza de la humanidad radica en su capacidad de unirse para construir, para sanar y para seguir edificando el futuro.

En un mundo que enfrenta tensiones, conflictos armados y profundas divisiones, la Navidad se presenta como un recordatorio vigente de que la esperanza no es ingenuidad, sino una decisión consciente. Es la invitación a creer que la humanidad está en un proceso de transformación, de conversión colectiva, en el que cada generación puede ser inspiración para la siguiente, encontrando soluciones desde la empatía, el diálogo y la cooperación.

La cena de Navidad, con todo su sincretismo religioso y cultural, simboliza ese espacio íntimo donde las personas se reconocen, se escuchan y se reconcilian. Es una oportunidad para volver al origen del mensaje: ser más gentiles, más bondadosos, más solidarios; elegir la paz sobre la confrontación y la construcción sobre la destrucción. En ese gesto sencillo de compartir el pan, la palabra y el afecto, se renueva el compromiso de ser mejores seres humanos.

La Navidad nos recuerda que el futuro de México y del mundo no se edifica desde la división, sino desde la unión; no desde el miedo, sino desde la esperanza; no desde la violencia, sino desde la convicción profunda de que la comunión entre las personas es el camino más sólido para pacificar regiones, sanar heridas y construir una humanidad más justa y más luminosa.

Hagamos votos porque en todos los países, regiones y comunidades del mundo sirva esta época de inspiración y pensamientos alrededor de la tradición católica para enviar mensajes de optimismo, fe y esperanza de que lograremos un mundo mejor para las nuevas y futuras generaciones. ¿O no, estimado lector?