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Ricky Riquín Canallín

Vianey Esquinca

Vianey Esquinca

La inmaculada percepción

Definitivamente, no ha sido la mejor ocurrencia que Andrés Manuel López Obrador ha tenido contra uno de sus contrincantes, ni siquiera es gracioso, pero parece ser que el apodo que el morenista le puso a Ricardo Anaya en el segundo debate tuvo un efecto de conjuro o hechizo porque el panista comenzó a desdibujarse.

Mientras en el primer debate se alabó la elocuencia del panista, en el segundo fue criticado su estilo, su histrionismo y sus medias verdades. Si de por sí la utilización de un costalito blanco para contar la historia de Ana Laura, una joven deportada de Estados Unidos, ya había sido una exageración, que lo cacharan con varios errores en su narrativa fue el colmo.

El viejo truco de utilizar notas de periódicos también le salió muy mal. El semanario Proceso reveló que la portada que mostró Anaya en el debate había sido manipulada, pues habían quitado un cintillo en el que se señalaba que el Frente reclutaba fichas negras en sus filas. Ante esto y parafraseando al propio Anaya, más de una persona pensó: “Cuando yo veo esto que está pasando con nuestros candidatos, digo: ¡carajo! ¿dónde está el nivel de los abanderados?”.

En el debate se vio bravucón y en lugar de confianza daba miedo con esa sonrisa maquiavélica que no dejaba su rostro.

Pero parece que Ricardo Anaya no anda muerto (políticamente hablando), ni tampoco andaba de parranda, sino que estaba preparando su nueva estrategia de campaña. El anuncio pasó desapercibido porque los medios estaban concentrados en el pleito PRI-Nestora Salgado-Napito-Morena.

Resulta que el Frente dejó a un lado el futuro para meterse al presente. El slogan “De Frente al Futuro. Anaya” para sustituirlo por un “El cambio es Anaya!” (sic, se olvidaron que en el idioma español la exclamación tiene un signo al principio y al final, no como en inglés… it’s insulting and unacceptable!).

El PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano están apostándole a la paz, con todo y palomita blanca. Perooooooo la paz, la paz, lo que se dice la paz, no es algo que se le dé a Anaya. Fue precisamente él quien provocó la guerra al interior de su partido, dividiéndolo como nunca antes en su historia, dejando varias bajas sensibles y víctimas colaterales. Si alguien ha ocupado declaraciones nucleares es él.

Esta nueva campaña ¿será suficiente para alcanzar a López Obrador? ¿La seguridad es un tema lo suficientemente poderoso para convencer a los indecisos? Eso se verá en las siguientes semanas. Sin embargo, más que un cambio de slogan o estrategia, Ricardo Anaya tiene que luchar contra su propia imagen.

Sin lugar a dudas, Anaya es un joven inteligente, con cara de niño bueno (de Chicken Little, como prefieren llamarlo las redes sociales) con un aspecto vulnerable que contrasta con sus acciones. En los últimos años se fue filtrando en su partido, escalando posiciones. No sólo eso, convenció al PRD y Movimiento Ciudadano de emprender juntos una aventura.

De ser un personaje poco o nada conocido más que en sus propios círculos, se convirtió en candidato presidencial. El cómo lo hizo es lo que provoca desconfianza. No se le puede regatear audacia, pero también han permeado en el electorado adjetivos como ambicioso y traicionero. Aunque su familia ya no viva en Atlanta, no se puede quitar el golpe que significó que lo cacharan. Tampoco pudo enaltecer la bandera de la honestidad porque sigue quedando la sospecha de su riqueza.

Su gran fortaleza: ser una figura “nueva” en el escenario político terminó por contaminarse muy rápido. Tal vez por eso busca desesperadamente el voto útil y que la gente vote no por Ricardo Anaya, sino en contra de López Obrador o el PRI.

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