Los tontos (in) útiles

Los manipuladores se encargan de alimentar su ego, porque los necesitan para sus diversos intereses y objetivos.

Los tontos útiles son figuras imprescindibles en cualquier gobierno, son aquellas figuras públicas que sirven como pararrayos de las críticas para proteger a sus jefes, pero que, al final del día, son fusibles intercambiables.

Por supuesto, no cualquiera puede ser un tonto útil, deben ser fácilmente manipulables y tener una autoestima muy baja, de tal manera que cuando se les da autoridad o poder, comienzan a sentirse el centro del universo, la última coca en el desierto, el ajonjolí de todos los moles, el rey del mambo o la divina garza. Viven agradecidos y leales a quienes los sacaron de las tinieblas para convertirlos en “alguien”.

Los manipuladores se encargan de alimentar su ego, porque los necesitan para sus diversos intereses y objetivos. Les hacen creer que las críticas a su trabajo son porque les tienen envidia, o les piden grandes sacrificios en pos de un fin más relevante y trascendental como es evitar escándalos o cuidar la reputación de un mandatario.

Los tontos útiles poco a poco van perdiendo la vergüenza y el amor por sí mismos o por el honor, por supuesto, son capaces de hacer lo que sea por caer y quedar bien con sus jefes: mienten, se arrastran, se contradicen, se pelean, polarizan, lo que se le pida ellos lo hacen gustosos porque ya probaron lo que es ser importante.

No hay gobierno que no tenga estos tontos útiles dentro de sus inventarios. ¿Cómo olvidar por ejemplo a Alberto Bazbaz Sacal, quien como procurador del Estado de México, cuando Enrique Peña Nieto era gobernador de esa entidad, fue capaz de hacer uno de los ridículos más grandes de los que se tenga memoria con el caso Paulette? Si bien tuvo que renunciar llevándose su honra y reputación al sótano, fue recompensado cuando el priista fue presidente y lo nombró titular de la Unidad de Inteligencia Financiera.

También con Peña Nieto hubo un funcionario que llegó al cargo, fue usado y después renunciado: Virgilio Andrade. A él le tocó la infame tarea de exonerar al presidente del escándalo de la Casa Blanca. También liberó de todo cargo a su entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray.

El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador también tiene sus propios tontos útiles. Encabeza la lista el subsecretario de salud Hugo López-Gatell, quien es el rostro visible del manejo de la pandemia en México. El mandatario lo ha sostenido pese que ha mostrado su incapacidad e ineptitud. 

No lo ha quitado no sólo porque eso les daría gusto a sus detractores, sino porque es el fusible desechable que debe quemarse completamente antes de cambiarse. Es una especie de cuarzo protector que necesita absorber todas las malas vibras antes de romperse, lo cual tarde o temprano pasará, porque ningún funcionario de ese nivel debe estar en ningún gobierno.

Pero López-Gatell no es el único. En su momento lo fue Irma Eréndira Sandoval, quien un día se sintió hecha a mano, protegida y amada por el Presidente; exoneró al director de la CFE, Manuel Bartlett, de todo pecado y cuando dejó de ser útil, simple y sencillamente fue removida para volver al sótano a esconderse por los rincones.

Y una más de la lista, pero definitivamente no la última, es la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Rosario Piedra Ibarra. Colocada ahí para que la CNDH dejara de ser una piedra en el zapato, para que no marcara ninguna violación al gobierno ni a ninguna institución militar.

Quienes fungen hoy como tontos útiles deben darse cuenta de que están ahí porque hoy le sirven al gobierno, porque son fácilmente manipulables, se les dice que es lealtad, pero es sometimiento. Esas personas son a las que más fácil se les reemplaza o a las primeras que el siguiente gobierno de oposición persigue.

vianey.esquinca@gimm.com.mx

clm

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