Justicia con copal
Esta semana, la política mexicana se vistió de ceremonia, incienso, simbolismo, incluso, por increíble que parezca, algo de sobriedad. La Presidenta rindió su primer informe de gobierno, se estrenó el Poder Judicial Federal electo por voto popular y dos mujeres ...
Esta semana, la política mexicana se vistió de ceremonia, incienso, simbolismo, incluso, por increíble que parezca, algo de sobriedad. La Presidenta rindió su primer informe de gobierno, se estrenó el Poder Judicial Federal electo por voto popular y dos mujeres asumieron la conducción del Congreso.
Las y los nuevos ministros de la Suprema Corte de Justicia nacidos de las entrañas del acordeón tuvieron una ceremonia donde hubo bastones de mando, copal, ofrendas, música tradicional y limpias. Todo muy simbólico, muy emotivo y… muy poco jurídico. En un momento culminante, los togados pidieron a Quetzalcóatl que los guiara, confirmando que la serpiente emplumada va a tener más injerencia que cualquier manual de derecho procesal. Una corte convertida en ritual prehispánico es, sin lugar a duda, pintoresca, pero también inquietante, por decir lo menos.
El nuevo presidente de la Suprema Corte, Hugo Aguilar Ortiz, fue recibido como celebridad en un mitin. Hubo porras, aplausos y hasta vítores mientras él se definía como “ministro del pueblo”, frase que comienza a sonar más a slogan de campaña que a compromiso con la legalidad. Además, habría que preguntarles, si por pueblo se refieren a Palacio Nacional, porque una cosa es tener respaldo ciudadano, aunque haya sido ficticio, y otra muy distinta funcionar como sucursal política del Ejecutivo.
Sin embargo, detrás de toda esa parafernalia teatral se esconde el verdadero dilema, no importa si los nuevos ministros recibieron sus cargos con copal o confeti, lo que realmente cuenta es cómo van a impartir justicia. Una cosa es democratizar la elección judicial –que ya bastante cuestionada estuvo– y otra muy distinta que el máximo tribunal se convierta en un lugar de ocurrencias e improvisaciones.
El riesgo de caricaturizar la justicia es real y palpable. Cuando el marketing político se impone sobre la reflexión jurídica, cuando las limpias espirituales sustituyen a la deliberación constitucional y cuando las imágenes de inteligencia artificial reemplazan a la autenticidad, el país se encuentra en terreno pantanoso.
En contraste con la neblina judicial, el Congreso dio señales de sobriedad. La panista Kenia López Rabadán asumió la presidencia de la Cámara de Diputados. Viene a sustituir al morenista Sergio Gutiérrez Luna cuya gestión dejó huella… en las cuentas de gastos y en el manual de cómo se practica la austeridad republicana.
En el Senado, Laura Itzel Castillo tomó el relevo a Gerardo Fernández Noroña, quien por fin dejó el cargo que había compartido en su púlpito personal, donde el grito era su argumento y el decoro, un estorbo. Ambas legisladoras prometieron institucional, institucional y respeto a la ley. En un contexto donde la política parece más campo de batalla que espacio de acuerdos, su llegada sugiere una ligera y lejana luz al final del túnel, pero una luz al fin.
Lo que el país necesita no es incienso, que los ministros canalicen sus energías cósmicas o que los legisladores se conviertan en influencers. Lo que se necesita, aunque suene escandaloso y fuera de moda, es que cada quien haga su trabajo: que los jueces impartan justicia, no espectáculos; que los legisladores legislen no que hagan berrinches y que el poder se ejerza con seriedad.
