Miedo al futuro
Santiago García Álvarez
Leila Nachawati, conocida escritora, narró recientemente su inquietante lectura sobre el tema del estrés pretraumático. Vale la pena enfatizar el “pre”, pues por trampa mental quizá pensamos que está escrito “post”. Nachawati concluía que esa angustia anticipatoria, la capacidad de advertir numerosos peligros y preocuparse por ellos era una realidad con la que ella no había crecido, pero sus alumnos, sí.
Los jóvenes actuales son la generación que ha crecido con la mayor cantidad de información. Desgraciadamente, sus inputs son, con frecuencia, negativos, pesimistas o críticos. Ésta es una de las causas por las cuales actualmente contamos con una comunidad joven, cuyas cifras de ansiedad y depresión son mayores a las generaciones anteriores, aun teniendo, en promedio, mejores niveles de libertad, educación y economía.
Lo anterior es descrito con notable clarividencia por Héctor García Barnés en su reciente obra Futurofobia. García Barnés habla del enorme miedo al futuro que existe en la actualidad y no necesariamente vinculado a factores objetivos sobre la realidad que nos rodea. Las predicciones apocalípticas y los diagnósticos fatalistas son aspectos que nos encontramos en los debates televisivos, las redes sociales, los restaurantes o, incluso, las aulas universitarias, y que han favorecido un clima social ansioso.
Hace tiempo publiqué en este mismo espacio una columna titulada Es más sexy ser pesimista, haciendo referencia a cómo los contextos comunicativos contemporáneos benefician más a las opiniones pesimistas que a las realistas. Las expresiones pesimistas suelen ser más aplaudidas, especialmente si son agudas, que las realistas u optimistas. García Barnés lo menciona también en su libro, describiendo cómo el pesimismo es signo de reputación en el mundo actual. Especialmente los intelectuales, periodistas y cineastas destacan por mensajes cenizos y nihilistas, no siempre objetivos, pero que suelen brindarles un cierto estatus.
No es de extrañar, por tanto, que exista una mayor zozobra en relación con el futuro. Tenemos miedo a que nos despidan, a no obtener un buen trabajo, a que nos deje nuestro cónyuge, a que se enojen los demás, a que le pase algo a mis seres queridos, a que regrese otra pandemia, a que las guerras se generalicen, a que surjan más atentados, a una crisis sin precedentes.
Factores, muchos de ellos, plausibles, al menos en nuestro país, pero quizá con una probabilidad menor de lo que nuestras mentes advierten y nuestros cuerpos sienten.
¿Serán realmente los jóvenes actuales una generación que vivirá peor que la anterior? México, por cierto, es el segundo país de la OCDE con la proporción más alta de adultos jóvenes con título profesional de licenciatura o equivalente, después de Holanda. No sabemos con precisión si ellos vivirán mejor que sus padres, entre otras cosas debido a que es imposible leer el futuro. Sin embargo, y a pesar de sus fotos aparentemente alegres en Instagram, parecería que viven inmersos en un pensamiento que prevé más acontecimientos malos que los que en realidad sucederán.
La explicación de García Barnés, si bien enfocada de modo más especial a la realidad española, aplica en algunos aspectos a la mexicana y a tantas otras.
El autor español da algunas claves para solucionar este problema. No necesariamente todos somos malos, el mundo está tan mal y la extinción es inminente. El futuro no existe; somos nosotros y lo que hacemos. Somos también, diría yo, lo que pensamos, lo que creemos, lo que vivimos. Y, en cierto sentido, somos nuestras fuentes de información. Vivir el presente alejados del pesimismo preponderante, con la mayor objetividad posible, no sólo nos hace ser más felices, sino también nos puede ayudar a articular un futuro con menos miedos.
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