Generosidad viral

Si intelectuales, académicos, periodistas o influencersdedicáramos un mayor porcentaje de nuestra energía crítica a acciones positivas, conseguiríamos un entorno significativamente mejor.

Especialmente en tiempos de polarización, hemos descubierto lo fácil que es generar círculos viciosos a través de “máquinas de indignación”. Exponer lo negativo de las personas, ensalzar el juicio crítico, reaccionar con violencia ante la menor provocación y plantear escenarios en blanco y negro. La respuesta de los afectados es, a menudo, devolver con igual o mayor intensidad el mal percibido, continuando una cadena que se amplifica, especialmente en redes sociales, logrando un efecto exponencial. Ante esta inquietante realidad, la pregunta es: ¿será posible generar círculos virtuosos, amplificar la bondad o crear cadenas positivas con la misma intensidad que las negativas?

Según Chris Anderson, es posible. No lo dice un teórico con tintes idealistas, sino el líder mundial de TED, que reúne conferencias breves con ideas de alto impacto distribuidas gratuitamente a millones de personas. Después de observar fenómenos sociales, dialogar con muchas personas y analizar numerosos eventos positivos que se han vuelto virales, Anderson concluye que sí es posible amplificar la bondad y que la raíz común de estos casos es la generosidad.

La generosidad en sí misma no basta. Existen tres elementos adicionales que, combinados adecuadamente, pueden detonar esa reacción virulenta de comportamientos positivos: emoción positiva, creatividad y coraje. Anderson acaba de publicar un libro llamado Generosidad contagiosa, que también es una TED Talk titulada It’s time for infectious generosity: here’s how, donde explica a detalle cómo lograr este ansiado efecto.

Desde una persona que se detiene en medio de la lluvia a dar un paraguas a alguien en silla de ruedas, pasando por Mr. Beast y sus 200 millones de seguidores mostrando que ser generoso es cool, hasta Massimo Orgiazzi compartiendo maravillas del universo en sus redes o Daryl Davis convenciendo a 200 miembros del Ku Klux Klan para abandonar el movimiento. Todos estos casos se han vuelto virales en plataformas digitales, generando un entorno sumamente positivo. ¡Sí se puede!, corearía la conocida porra del Tri.

Naturalmente, la generosidad contagiosa no es suficiente para transformar una sociedad. Se necesita un Estado de derecho, políticas públicas sólidas, buenos programas educativos, rendición de cuentas, gente mejor preparada, coordinación de lo público con lo privado, y un largo etcétera. Sin embargo, sí puede ser un mecanismo social interesante para sanear una sociedad que ha perdido valores universales que, con frecuencia, parece desesperanzada, que tiende a la división y que genera espirales de enojo a través de medios digitales.

De inmediato nos puede venir a la cabeza la imperfección de ciertas acciones filantrópicas o pensar en organizaciones que parecen preocuparse más por lavar la conciencia que por generar impactos sociales profundos. El peligro es inmovilizarnos en el criticismo y ser incapaces de ver nada bueno en los demás. Entonces, el contagio es venenoso: nos paralizamos, nos distanciamos y descartamos cualquier esfuerzo altruista. Este extremo es peor que su contrario.

En México, he atestiguado numerosos ejemplos de generosidad contagiosa: iniciativas para ayudar a niños de la calle o discapacitados, donación de sangre a desconocidos, corte de cabello para ayudar a personas con cáncer, centros educativos que han transformado entornos rurales, ejemplos de movilidad social gracias a becas, primeros miembros de una familia accediendo a la universidad que otorgan a sus familias con un mejor porvenir, acciones de ayuda en terremotos o en la pandemia.

Estoy a favor de los espacios democráticos donde seamos críticos con lo que está mal en la sociedad o en el ejercicio del poder. Sin embargo, si intelectuales, académicos, periodistas, comunicólogos o influencers dedicáramos un mayor porcentaje de nuestra energía crítica a acciones positivas, estoy convencido que conseguiríamos un entorno significativamente mejor.

Las guerras suelen generarse por lógicas de acción-reacción, que van cada vez a más en una historia sin fin que termina mal. A escala menor, empresas, familias, matrimonios e instituciones generan espirales negativas por ser incapaces de algo tan sencillo como pedir perdón, ceder o pinchar el ego. En cambio, donar nuestro tiempo, talento o creatividad a causas nobles genera reacciones en cadena sorprendentemente positivas. No depende de seres humanos superdotados, sino de sencillos gestos de generosidad con notables impactos en pequeñas comunidades, impulsando así ambientes más sanos que, junto con el coraje, el entusiasmo y la creatividad, pueden convertirse en virulentas y positivas olas capaces de transformar la vida de millones de personas.

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