Entre ideales y realidades: contradicciones profesionales

Las numerosas profesiones que nos rodean están diseñadas para brindar soluciones y con ello facilitar nuestra vida como individuos y como sociedad. Así, los médicos procuran la salud, los abogados propician la impartición de justicia, los periodistas ofrecen acceso a ...

Las numerosas profesiones que nos rodean están diseñadas para brindar soluciones y con ello facilitar nuestra vida como individuos y como sociedad. Así, los médicos procuran la salud, los abogados propician la impartición de justicia, los periodistas ofrecen acceso a información veraz, los filósofos buscan la verdad, los psicólogos se esfuerzan por la salud mental y los ingenieros crean sistemas eficientes. Sin embargo, con no poca frecuencia, encontramos paradojas: esos mismos profesionales dan pie a entornos que avanzan precisamente en la línea contraria a los fines que le dieron vida y sentido.

Por ejemplo, el sistema de residencias médicas en México ha sido señalado como un espacio donde existen condiciones insanas para los residentes. Con más regularidad de la que cabría esperar, los estudiantes de grados superiores maltratan a los más jóvenes; un sistema donde “el pez grande se come al chico”. Los pupilos de semestres iniciales son obligados a tomar guardias, desvelarse y a trabajar en condiciones de alto estrés. La ironía es clara. Los profesionales de la salud impulsan un sistema “doliente”, insalubre.

Todo un paradigma resulta la abogacía. Es conocido cómo, en el mundo de los tribunales, está presente la corrupción. Las manos que deben “untarse” proliferan. Si bien es cierto que la corrupción aparece en muchos ámbitos de nuestro país, llama la atención que sea tan protagónica en el ecosistema de quienes se dedican a la consecución de la justicia. “Estudiar Derecho para trabajar chueco”, ironiza una expresión popular.

Comunicólogos y periodistas son profesionales con una posición toral en las democracias actuales. La influencia de los medios es enorme en la política, en la construcción social. Lo curioso es que quienes se encargan de difundir la información, derrapen en tergiversaciones, noticias falsas: titulares que van desde el sesgo a la mentira flagrante. En definitiva, un quehacer que desinforma, no transparenta la verdad y obstaculiza el acceso a la información.

Los ejemplos abundan. Científicos que crean armas; ingenieros cibernéticos que despliegan virus; psicoterapeutas que deterioran la estabilidad emocional; filósofos cuyas argumentaciones oscurecen el pensamiento; educadores que diseñan sistemas educativos antipedagógicos; arquitectos que afean el paisaje. Bastaría con preguntarle a los bancos, deseosos de eficiencia, quién ha diseñado sus sistemas de servicio telefónico y saldrán señalados precisamente los ingenieros; espero se entienda la ironía.

La mayoría de los profesionistas que conozco hacen bien su labor y efectivamente consiguen el fin propio de su quehacer laboral. Si analizamos la totalidad de los profesionistas en todos los rincones del país nos encontraremos con muchas más buenas noticias que malas. Sin embargo, las ironías profesionales existen con mayor frecuencia de la deseada y me resulta intrigante saber por qué. Se me ocurren varias respuestas para tratar de resolver esa paradoja.

Una primera explicación es que cuando se ejerce una profesión de modo deficiente se incide en sentido inverso —de modo no lineal, sino exponencial— a su propósito original. Un médico que no cuida la salud de sus colegas consigue no sólo un efecto negativo, sino también una espiral potenciada, mayor que si lo hiciera un profesional de otro campo, porque contamina la fuente misma y porque sabe qué botones son los más venenosos.

Aventuro una segunda idea. Es también un tema de percepción. Naturalmente somos más sensibles a las injusticias de un abogado o al periodista que deliberadamente mal informó, pues la expectativa de su misión agranda el impacto de su transgresión.

Una tercera posibilidad es que la causa que enfrenta a la profesión contra sí misma suele ser la falta de formación humanista o la carencia de ética. Ahí descansa la razón por la cual algunos médicos maltratan la salud de otros, ciertos juristas corrompen o son injustos con su entorno, hay periodistas que tergiversan la verdad o ingenieros creando máquinas que contravengan el bienestar.

Una última reflexión. También se explica por la falta de preparación técnica. Una persona que ostenta un título y no está suficientemente preparada y ejerce su profesión de modo deficiente, produce un mal social porque su función es necesaria para toda la arquitectura comunitaria.

Las universidades tenemos la enorme responsabilidad de formar personas lo suficientemente sólidas en lo técnico, profundas en el conocimiento del ser humano, éticas en su conducta y coherentes en su actuar. La primera tarea es más fácil, pues es constatable. En cualquier caso, la capacidad técnica debe mantener una línea creciente y actualizada con paso del tiempo.

El resto de las responsabilidades referidas resultan más arduas, pues requieren la libertad del profesionista que cada día puede optar o no por lo correcto. Educar en la libertad para hacer lo adecuado es el gran reto en un mundo contemporáneo que ha logrado revolucionar la ciencia y la tecnología, pero que sigue siendo ignorante en cómo despertar los anhelos humanos más nobles.

Temas: