Einstein a la política
Las universidades deberían privilegiar el esfuerzo por investigar con seriedad y enseñar con rigor.
La interdisciplinariedad se refiere a la interacción entre varias disciplinas académicas, así como a la colaboración de personas de distintas áreas para resolver problemas complejos. A través de ella se abordan situaciones donde cada uno aporta desde su perspectiva, evitando la fragmentación y el aislamiento, en función de bienes mayores. El calentamiento global, por ejemplo, sólo se puede resolver a través del trabajo interdisciplinario.
En contraparte, existe un fenómeno que podríamos llamar “confusión epistemológica” y refiere a cuando asumimos roles que son propios de otras disciplinas sin ser expertos en las mismas. Aplicamos técnicas de una disciplina que no son trasladables a otra. Confundimos y mezclamos planos sin que aquello nos conduzca a un bien mayor.
Hace 15 días hablábamos en este espacio de cómo la lógica de las ciencias naturales se ha intentado aplicar a las ciencias sociales. Los principios científicos que explican el comportamiento de los fenómenos naturales no necesariamente aplican a los asuntos sociales o humanos.
Más allá de lo académico, podríamos decir que existe una cierta confusión epistemológica en otros ámbitos. En el sector público, por ejemplo, destaca la confusión entre lo técnico y lo político. En ocasiones, los técnicos quieren aplicar sus herramientas para solucionar situaciones políticas, mientras que los políticos usan criterios no científicos para decidir sobre ámbitos técnicos. En el mundo actual, tan necesarias son las herramientas técnicas como la experiencia política, pero cada una debe ser utilizada en su específico campo de aplicación, sin mezclas extrañas.
Algo parecido sucede en la invasión política en el ámbito universitario. Las categorías políticas han entrado a las universidades, exigiéndoles respuestas hacia uno u otro lado de la polarización ideológica reinante. Las universidades deberían privilegiar el esfuerzo por investigar con seriedad y enseñar con rigor, pero ahora se les exige pronunciarse sobre asuntos políticos o sociales. Paradójicamente, se les prohíbe pronunciarse en ciertas materias que pueden herir susceptibilidades, aunque lo hagan con una recta intención de buscar la verdad. Por su parte, el mundo político en ocasiones se lanza a declarar la verdad de las cosas en materias que corresponden al ámbito científico o humanista.
Siguiendo en la línea universitaria, la lógica de mercado ha colonizado las universidades con criterios de oferta y demanda, posicionamiento, mercadotecnia, etcétera, en una institución donde tendría que prevalecer el amor a la sabiduría o al desarrollo de las personalidades.
Los medios de comunicación tradicionalmente han sido un contrapeso al poder. De hecho, la crítica al poder es deseable en la democracia y los gobernantes lo saben. Sin embargo, ahora es frecuente utilizar los mismos mecanismos críticos a directivos de empresas u organizaciones cuyos recursos son privados y tienen fines circunscritos a su misión, no necesariamente con rendir cuentas ante el gran público. La democratización de la autoridad, como decía Francis Fukuyama, alienta las redes sociales hacia la eliminación de las jerarquías y coloca a los líderes en situaciones muy complicadas de decisión.
Para resolver las borrosas mezclas disciplinarias, un camino es el diálogo incluyente. Implica reconocer el ámbito de competencia del otro y, por tanto, la parte de la verdad que, seguramente le corresponde. Integrar ambas visiones, de tal modo que la verdad del otro sea una ampliación para nosotros y al revés. Para ello, es fundamental la rectitud en el ejercicio de cada disciplina, pues de haber sesgos de origen, la experiencia disciplinar no conducirá a un verdadero diálogo incluyente.
Otro mecanismo sería aplicar la lógica de Einstein. La teoría de la relatividad general buscaba resolver la incompatibilidad existente entre la mecánica de Newton y el electromagnetismo. Con el paso del tiempo, un nivel de explicación mayor logró ampliar lo que dos ámbitos explicaban por separado y de modo aparentemente contradictorio. Ciertamente, involucrar a Einstein en la política o en la sociología hubiera sido precisamente colaborar a la confusión epistemológica. Sin embargo, su principio de actuación aplica a cualquier disciplina y ayudaría a resolver la confusión de ámbitos que actualmente padecemos.
Quizá los genios que necesitamos en los liderazgos actuales sean precisamente esos: aquellos capaces de distinguir los planos de competencia y articularlos en función de mejores conclusiones, de dirimir diferencias sin polarizar, de complementar más que competir, de sumar para solucionar problemas complejos.
