Apuntes sobre Venezuela

Millones de venezolanos se ilusionaron el pasado domingo al saber que existían esperanzas de poder derrocar electoralmente al eterno régimen chavista gobernado y liderado desde hace más de 11 años por Nicolás Maduro. Se sabía que era difícil ganar y que existían ...

Millones de venezolanos se ilusionaron el pasado domingo al saber que existían esperanzas de poder derrocar electoralmente al eterno régimen chavista gobernado y liderado desde hace más de 11 años por Nicolás Maduro. Se sabía que era difícil ganar y que existían todo tipo de trabas para que se le pudiera derrotar al chavismo. Las reglas, las bases, las boletas, el sistema y toda la propaganda estaban hechas para que el vencedor fuera ni más ni menos que el actual dictador venezolano.

Los aires de preocupación se sentían desde hace meses, pues la principal líder de la oposición venezolana, María Corina Machado, fue completamente inhabilitada por parte del Tribunal Supremo para ocupar cualquier cargo político en los próximos 15 años. Con lo cual, no tenía ninguna posibilidad de aparecer en la boleta presidencial de este año. Las batallas legales duraron algunos meses, pero con una justicia venezolana completamente subyugada, nada se pudo hacer. Se le borró de la boleta. Después, la académica Corina Yoris-Villasana, al ser la sucesora de María Corina y sabiendo que representaba de la misma manera una preocupación para el chavismo, también fue inhabilitada.

Ante esto, surgió en abril una figura que se inscribió como opción provisional al ver los escenarios impuestos. La oposición política lanzó su última carta.

La única opción realista que quedaba era la de un diplomático experimentado que estuvo siempre en el rubro de la política exterior venezolana durante los años 90: Edmundo González Urrutia.

Si bien no era la tirada principal, la oposición venezolana se encargó de lanzar al ruedo al exdiplomático para convertirse en el gallo de pelea que se enfrentaría al hombre del poder chavista.

Los preparativos para las elecciones presidenciales se llenaron de amenazas, de detenciones a opositores, de intimidaciones, de espantos, de mentiras, etcétera.

Nicolás Maduro trató de calmar al pueblo y a la comunidad internacional al decir que él respetaría los comicios electorales. Sin embargo, al saberse la historia y sus dos reelecciones, muchos sabían que el desafío sería complicado.

El reducido electorado venezolano votó con dificultades, confusiones y amenazas. No obstante que millones no pudieron votar, el entusiasmo dominical no dejó de sentirse en las calles. Muchos pensaron y creyeron que Maduro sería derrotado al caer la noche. La victoria se sentía y respiraba, pero los resultados llegaron retrasados hasta pasadas las doce de la noche desde la CNE en Caracas. El tiempo retrasado generó sospechas y preocupaciones que dieron paso a lo que muchos presentían: un fraude con victoria para Nicolás Maduro.

Las actas y boletas que se tenían desde la oposición reflejaban un porcentaje de 66 contra 31 a favor de González Urrutia. La paliza parecía inminente, pero los resultados que mostraba la máxima autoridad electoral reflejaban una diferencia de siete puntos porcentuales (casi 700 mil votos) dando la victoria a Maduro Moros.

El fraude electoral es más que inminente. Las protestas no cesan y la comunidad internacional pide transparencia. Las actas no han salido todavía a la luz pública. No hay pruebas reales de que Maduro haya ganado el pasado domingo.

Venezuela se hunde en protestas y represión por parte del régimen. La comunidad internacional se divide y cuestiona a Maduro, pero no resuelve nada ni resolverá.

Es insostenible lo que sucede, pero a mi parecer, el único que puede sacar a la dictadura es el mismo pueblo que en su momento la trajo al poder.

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