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Menos presidencialismo

Ricardo Alexander Márquez

Ricardo Alexander Márquez

Disonancias

México ha transitado por cuatro grandes movimientos. Cuatro “transformaciones” que han buscado debilitar los intentos democráticos que se han perseguido a partir de la independencia del Reino de España.

El primero se dio con el Imperio de Maximiliano de Habsburgo, que pretendía imponer una monarquía europea en México. El segundo, con el gobierno de Porfirio Díaz que, en su segundo mandato, duró más de dos décadas en el poder. El tercero, con el régimen del PRI, que logró subsistir más de 70 años.

Estamos viviendo el cuarto movimiento transformador que ha buscado debilitar las bases democráticas e institucionales del país, en el que se intenta crear el entramado legal que permita a unos pocos saquear las arcas nacionales con impunidad.

Esta cuarta transformación se distingue porque va en sintonía con regímenes autoritarios como el de Cuba o Venezuela y no tiene empacho en demostrarlo. Abiertamente se expresa la admiración por las dictaduras latinoamericanas, pues se idolatran.

Por eso al Presidente le molesta que la Suprema Corte –ya no dirigida por su lacayo–, con criterios diferentes, vaya en contra de sus proyectos totalitarios. Tampoco asombra su intención de debilitar al órgano electoral y poderlo controlar, a fin de hacer elecciones a modo.

Lo mismo ocurrió con la Comisión Nacional de Derechos Humanos y la Fiscalía General de República, que en la práctica no tienen nada de autonomía del Ejecutivo.

Ahora le toca ser objeto del odio imperial al Inai, esa institución que ha obligado al mismo gobierno a transparentar, a través de información pública, sus malos manejos.

Pero existen buenas noticias. El voto popular les otorgó a algunas de nuestras autoridades el poder de detener ese espíritu destructor de la siempre naciente democracia mexicana. Muestra de ello es la moratoria constitucional que ha logrado imponer la oposición. También la valiente defensa lograda por un Poder Judicial comandado por Norma Piña.

Pero el camino es largo. Este sexenio nos ha enseñado la importancia de los organismos constitucionales autónomos y de su trabajo independiente. También, que no podemos darnos el lujo de tener un tercer imperio mexicano. Como dijo lord Acton, “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Hoy sabemos que necesitamos menos presidencialismo y un poco más de parlamentarismo. Que se tienen que construir acuerdos para avanzar hacia un verdadero proyecto de país donde no existan los “otros datos” y se neutralice el odio que emana el púlpito presidencial.

De ahí la importancia de concretar el gobierno de coalición que ya contempla nuestra constitución. Falta la ley secundaria, pero la aspiración es tener la estabilidad que puede representar una alianza de las fuerzas políticas.

Los que queremos un mejor país nos debemos poner de acuerdo. Nuestros hijos lo necesitan. Si nos dividen, vencerán.

 

 

*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard  y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Panamericana.

Twitter: @ralexandermp

 

 

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