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Frida Kahlo y Miguel N. Lira

René Avilés Fabila

René Avilés Fabila

Por razones de edad, conocí a pocas de las figuras mayores de la cultura mexicana. En literatura alcancé a conversar, gracias a mi padre, con José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Martín Luis Guzmán, José Revueltas y Agustín Yáñez. En el campo de las artes plásticas no fui más afortunado, entrevisté a Siqueiros, en ese momento el único sobreviviente de los llamados tres grandes de la pintura mexicana, para un programa televisivo del naciente Canal 13, en su casa-estudio de Polanco, en Cuernavaca y en el Polyforum…

Y gracias a mi madre, fervorosa lectora, cuya biblioteca no era desdeñable, pronto me aficioné a la literatura. En los anaqueles había libros de Miguel N. Lira, a quien mamá  apreciaba y leí, entre otros, Donde crecen los tepozanes y La escondida. Me pareció un escritor maravilloso. Ya mayor traté en vano de conocerlo personalmente. Me intrigaba.

Miguel N. Lira (1905-1961) fue uno de los grandes escritores de su época, varios de sus libros, con guiones de José Revueltas, pasaron al cine con figuras memorables como María Félix, Pedro Armendáriz y Andrés Soler. Su aislamiento voluntario en Tlaxcala lo puso lejos del alcance de los reflectores que tuvieron otros menos talentosos. Escribió prosa narrativa, poesía, teatro e hizo periodismo. Tuvo fama de ser un excelente tipógrafo y de ello, asimismo, dejó pruebas.

Lira escribió libros magníficos y, para paliar la soledad intelectual, cartas. Las que conozco por Epistolario, están dirigidas principalmente a escritores. Tal compilación, de Jeanine Gaucher-Morales y Alfredo Morales, recoge un buen número de ellas, donde podemos apreciar que están dirigidas a sus pares. Hasta donde sé, quedan muchas sin ser publicadas. Valdría la pena hacer una edición de sus obras completas y, naturalmente, incluir su correspondencia. Sus amigos eran Alfonso Reyes, figura central de nuestras letras, José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Rafael Solana, Nicolás Guillén, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Francisco Monterde, Jaime Sabines, Juan Rulfo, Antonio Acevedo Escobedo, Agustín Yáñez y diversos políticos y periodistas afamados. La obra, explican los compiladores, permite la lectura de muchas de sus misivas, pero no es la totalidad. Hablamos de miles de cartas que el hombre de letras organizó cuidadosamente antes de morir. Al parecer, aquel voluntario enclaustramiento era roto por Miguel N. Lira mandando y recibiendo misivas. Sin embargo, sea por descuido de los compiladores, por la presión matrimonial o porque no eran tantas las que le mandó a una Frida entonces no tan afamada y sí muy polémica, una mujer de modesto prestigio, todavía muy atrás de la fama de sus contemporáneos, hay sólo un puñado y en su archivo había dibujos de Frida. Amigo y biógrafo de la generación, Manuel González Ramírez le escribe a Lira en junio de 1954: “Mucho he admirado tu arrojo de abandonar la ciudad capital para ir al descanso en tu triste pero bella ciudad.” Es una suerte de lamento por la reclusión de un hombre de letras que opta por dejar la ciudad que podía haberlo hecho célebre e inolvidable, acaso un epitafio.

Frida tuvo una vocación inicial por la literatura, le gustaba hermanarse con los movimientos más avanzados de aquellos tiempos, con los estridentistas, por ejemplo. Un movimiento inspirado por el dadaísmo y el futurismo; sus principales exponentes eran audaces y consiguieron ser revolucionarios hasta el fin de sus días. Citemos a Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide, Luis Quintanilla y Arqueles Vela.

En Epistolario el número de menciones a Frida es apenas de cinco, casi el número de obras pictóricas que le hizo llegar. Imagino que deben ser muchas más las cartas intercambiadas por ambos personajes. Hasta hoy poco se han ocupado por esta amistad, quizá distante en lo físico, pero cercana en lo espiritual. Frida vivió el gran mundo pasionalmente, viajó y trató a seres poco comunes. Miguel N. Lira retornó a sus modestos orígenes. Es tiempo de reparar el error. Frida se ha convertido en cita obligada en todo el planeta, pero Lira no es una figura insignificante, hizo literatura de calidad y tal vez fue político: sabemos que aspiró a ser gobernador y que recibió el apoyo de un gran fracasado en política, José Vasconcelos; al no conseguir el cargo, optó por las letras, para fortuna de los lectores.

Las cartas de Frida a Miguel N. Lira, en cambio, como a otros amigos de juventud, son intensas, apremiantes, la artista no desea desligarse de aquellos que la acompañaron en una época feliz. Es verdad que el dolor y las dificultades, las luchas políticas, el amor y el desamor afectaban su escritura y desde luego se reflejaban en su pintura siempre dolida, dramática, pero el tono desenfadado, ligero, de buen humor, su tono coloquial, es único e irrepetible.

En sus últimos años, incapacitada para moverse, la Kahlo escribe y pinta, reclama respuestas y lanza quejas de sus dolores físicos y espirituales. No hay más consuelo para ella que la pintura y, desde luego, su panzón, el sapo-rana, su gran amor, su más intensa pasión, Diego Rivera, incapaz de ser fiel más que a sí mismo. Tengo la impresión que las cartas de Frida en pocos casos encontraban el afecto, el cariño, seguramente el amor que ella solía dar a raudales. Ni Alejandro Gómez Arias ni Miguel N. Lira respondían con ardor, tal vez porque sus respectivos temperamentos eran menos ostentosos, pasionales, con los excesos limados a causa de vidas y matrimonios convencionales.

www.reneavilesfabila.com.mx

 

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