La opacidad enemiga del pueblo bueno y sabio
Comprobamos en México que la democracia puede ser cualquier cosa, salvo un régimen de igualdad. En su nombre se encubre la corrupción lo mismo que la violencia y la injusticia. Vivimos tiempos aciagos. Respiramos el hedor de la mentira y la opacidad. No hay lugar para el ...
Comprobamos en México que la democracia puede ser cualquier cosa, salvo un régimen de igualdad. En su nombre se encubre la corrupción lo mismo que la violencia y la injusticia. Vivimos tiempos aciagos. Respiramos el hedor de la mentira y la opacidad. No hay lugar para el optimismo que hoy significa ingenuidad y desinformación.
La democracia se ve obstaculizada por los vestigios culturales que obedecen a principios de épocas y civilizaciones antiguas. Esa palabra ya no tiene nada que ver con el uso inicial del griego. Para nosotros es una palabra nutrida por la mercadotecnia política, es decir, con la propaganda.
Democracia es hoy proteger, ocultar a quienes se les otorgó el permiso de construir uno, dos o más tramos en la construcción del aeropuerto AIFA o en los diversos tramos del Tren Maya. Democracia significa que no hay quién responda al derrumbe de la Línea 12 del Metro donde murieron 27 personas y 73 quedaron malheridos. Esa misma palabra nos habla de un clima violento en todo el país, en donde como montañas de tierra encontramos montículos semanales de muertos.
La sociedad sólo guardó de la democracia tradicional, la representación y la sustituyó por la opacidad. Cualquier cosa puede ser declarada de interés nacional y debe ser resguardada a los ojos de un pueblo que presume con orgullo su ignorancia. El ciudadano desaparece de la escena política y reaparece como un alfa numérico en las predicciones de encuestas y escenarios de votación. Es aquí donde la palabra democracia reina por instantes, ya que después de los resultados se sacrificará para convertirse en realidades inalcanzables.
Los sondeos se hermanan con los decretos. Ambos nos muestran una regresión primaria. Condicionan la acción política y la domestican. Corresponden a los criterios y los usos de una sociedad hedonista e individualista. Han creado las ecuaciones de primer grado que llevan a lo que era la monarquía y hoy a la representación de un solo hombre, que detrás de una banda presidencial puede asegurar, sin temor a equivocarse, que la tierra es plana y que el sol gira alrededor nuestro. ¿Quién se opone a esas ideas?
En la democracia, la opacidad, los patrones, los sindicatos y el Estado colaboran sin chistar, la sobrevivencia en unos y las gruesas utilidades en otros se combinan en integrales y diferenciales enormes. La mentira como denominador común. No hay democracia representativa sin democracia social, y no hay democracia sin una clase media significativa. Hoy, la fórmula decae sin nada que la sustente.
En las democracias modernas los deseos del pueblo toman otras formas, pero, como en la antigüedad, la masa está movida por las mismas pasiones. En Las suplicantes, Eurípides plantea que la debilidad de la democracia radica en los oradores que dicen estar de acuerdo con el pueblo, pero sólo buscan su propio interés. Ellos hacen las delicias de quien los escucha y mañana serán su desgracia. Heródoto indica con cuánta facilidad el pueblo puede ser engañado, pues “es más fácil engañar a muchos hombres que a uno solo”.
¿Necesitamos a esos pensadores antiguos?
Parece que sí, porque ahora a los pensadores, no los vemos ni oímos por ningún lado.
