La política del Hemisferio Occidental ha transitado por una serie de giros ideológicos en los últimos años, con un patrón perceptible de alternancias hacia la derecha, como ha sucedido recientemente en Argentina, Bolivia, Ecuador y Chile.
Menos sonado ha sido un cambio político ocurrido en una pequeña nación insular del Caribe, que tendrá resonancias estratégicas profundas. Me refiero a la reciente alternancia en el poder en San Vicente y las Granadinas.
Hace menos de un mes se marcó un punto de inflexión en ese país, con la rotunda victoria del conservador New Democratic Party (NDP), liderado por el historiador y politólogo Godwin Friday, educado en Canadá. El electorado de ese país decidió poner fin a un ciclo de más de dos décadas de dominio del Unity Labour Party (ULP), encabezado por el primer ministro saliente Ralph Gonsalves.
La abrumadora derrota de Gonsalves, quien había gobernado desde 2001, es un síntoma del desgaste natural del poder, pero, en el contexto caribeño, representa mucho más que un simple cambio de partido en el gobierno.
Es cierto que San Vicente y las Granadinas es un Estado soberano minúsculo y poco poblado, con apenas 110 mil habitantes y un Producto Interno Bruto que en 2024 apenas alcanzó los mil 200 millones de dólares (la décima parte del de Tlaxcala).
Sin embargo, su relevancia política siempre ha superado su tamaño geográfico, principalmente por su papel como miembro activo de la Comunidad del Caribe (Caricom), que ha funcionado como un bloque de influencia significativa en foros internacionales, especialmente dentro del Sistema Interamericano.
En escenarios como la Organización de los Estados Americanos, los votos de la Caricom representan un bloque de 14 votos, lo que constituye una porción sustancial y a menudo decisiva del total de 34 Estados miembros activos de la OEA.
En votaciones críticas sobre resoluciones políticas o derechos humanos, el bloque caribeño ejerce una gran capacidad de veto o de apoyo estratégico.
Bajo el liderazgo de Gonsalves, San Vicente y las Granadinas se había consolidado como articulador clave de la Caricom y, de manera crucial, como un aliado incondicional del régimen venezolano. Gonsalves fue un firme defensor de Caracas en el seno de organismos regionales e internacionales, actuando como contrapeso constante ante las presiones diplomáticas ejercidas por Estados Unidos, Canadá y los países latinoamericanos que buscaban condenar o aislar al gobierno chavista.
Durante el reciente diferendo territorial entre Venezuela y Guyana, Gonsalves fungió como mediador y en esa calidad recibió a sus respectivos presidentes, Nicolás Maduro y Mohamed Irfaan Ali, así como al brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. También fue anfitrión de la VIII cumbre de mandatarios de la Celac, en marzo de 2024.
Con la salida de Gonsalves del poder y la llegada del doctor Friday y el NDP, Venezuela ha perdido a un aliado clave en la región. La abrumadora victoria de la oposición en un país que, aunque pequeño, era un pilar diplomático para el régimen bolivariano, tiene el potencial de reconfigurar el equilibrio de poder en las votaciones dentro de la OEA y otros foros. Aunque el nuevo primer ministro ha prometido mantener las relaciones diplomáticas, sus nuevas prioridades políticas apuntan a un enfoque más pragmático y menos ideologizado, lo que inevitablemente debilitará la capacidad de Venezuela para obtener apoyo automático o estratégico en el Caribe, justo cuando Estados Unidos despliega una considerable fuerza militar en la región, para presionar la salida de Nicolás Maduro del Palacio de Miraflores y frenar el tráfico de drogas que presuntamente sale de ese país.
Este cambio político en San Vicente y las Granadinas, sumado a otros virajes observados en la región, señala que la ola de alternancia que comenzó en América del Sur se ha extendido, de forma silenciosa pero efectiva, hasta el corazón del Caribe, impactando directamente en la correlación de fuerzas dentro del sistema de gobernanza regional.
