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Trump, cercado

Max Cortázar

Max Cortázar

La narrativa del hombre fuerte y determinado que sacudió a la clase política bipartidista de Washington D.C. en las elecciones presidenciales de 2016 está en la unidad de terapia intensiva. El coronavirus terminó por exhibir de cuerpo entero su debilidad y abrirle un frente adicional de batalla a su eventual reelección, al sumarse ahora su convalecencia de covid-19 al escándalo político y los efectos negativos de la pandemia en la economía de Estados Unidos, así como en el ánimo de los votantes.

Por eso, no dudemos que en las próximas semanas veamos un “salto al vacío” donde el presidente Donald Trump apueste el resto de su capital político, con tal de sacar su campaña política del callejón en el que se encuentra inserta desde hace varias semanas. En especial porque su enfermedad es leída por la sociedad norteamericana como consecuencia de un cuidado poco esmerado, cuando no una actitud irresponsable frente al 70% de los estadunidenses que se dicen preocupados de quedar infectados o la creciente desaprobación entre votantes independientes sobre el manejo que ha hecho el mandatario de la pandemia (según el análisis de encuestas publicado por el portal especializado FiveThirtyEight).

La actitud a la ofensiva del presidente Trump —ubicada en la última línea borrosa entre el decoro y la indecencia política— la ha dejado más que patente en el debate público de fechas recientes, como, por ejemplo, en el marco de la difusión mediática hecha por The New York Times de su casi nulo pago de impuestos, y los cuestionamientos que hace, sin evidencia, a la limpieza del proceso electoral al cuestionar el papel del servicio postal.

De esta manera, cercado por una gestión gubernamental que, de acuerdo con datos públicos, ha provocado arriba de 208,000 lamentables fallecimientos por covid-19; así como una pandemia que mantiene a más de 13 millones de personas sin empleo y a un número similar con menores ingresos a los obtenidos antes del pasado marzo, el presidente ha estado entregado a tender cortinas de humo como vías últimas de escape para salvaguardar la cohesión de su base social de leales.

En esta lógica le era crucial preservar la salud. Ello porque le permitía, por un lado, seguir menospreciando públicamente los alcances de la pandemia, frente a un nicho de votantes dispuesto a obviar la gravedad de la enfermedad y, en consecuencia, a dejar de observar las recomendaciones del gremio médico, como el uso de mascarilla o el distanciamiento social. Por el otro, preservar a contracorriente la imagen del hombre fuerte dispuesto a sacudir de raíz al statu quo estadunidense, incluyendo a la comunidad científica.

Para esos fines, quizá lo único que tenía Donald Trump bajo su estricto control en este proceso electoral era mitigar al máximo cualquier posibilidad de contagio. Sin embargo, se negó a aprender de política pública tras el desborde de hospitales y alta mortalidad por covid-19 ocurrida en varios países de Europa antes que en el suyo; como también obvió la suerte de Boris Johnson, entre otros dirigentes políticos en el mundo, presa del coronavirus después de asumir posicionamientos superficiales y que incluso lo llevaron hasta las salas de terapia intensiva.

Por eso el penoso paseo en camioneta de un Donald Trump enfermo frente a un grupo de simpatizantes, a las afueras del hospital nacional militar Walter Reed, que no sólo agravia a quienes han perdido familiares por covid-19, sino que puso en riesgo a las personas de su entorno más cercano; como el prematuro regreso del presidente a la Casa Blanca, unas horas después de que trascendió el uso de esteroides y aplicación de oxígeno por parte del cuerpo médico, a fin de recuperar un supuesto delicado estado de salud. Cierto o no este trascendido, nadie abandona su hogar —menos la atención que puede darse al interior de la Casa Blanca— de haber condiciones aceptables de salud.

Por todo esto, el presidente Trump está cercado. Arrinconado por la depresión económica, la crisis de salud, los escándalos personales y el golpe en su credibilidad pública, las encuestas nacionales (NBC News/WSJ) registran una caída en la intención de voto que lo ubican 14 puntos abajo del aspirante demócrata, Joe Biden. Más que la crónica de una candidatura a la deriva, podemos anticipar que lo peor de la inestabilidad y la polarización están por venir.

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