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Sobre la libertad de expresión

Max Cortázar

Max Cortázar

En la tarde del jueves pasado, Estados Unidos vivió momentos sin precedentes en la historia de los medios de comunicación de ese país: las cadenas televisivas más importantes —tanto las privadas como las públicas— decidieron sacar del aire la transmisión en vivo del mensaje que ofrecía el presidente Trump desde la sala de prensa de la Casa Blanca. La interrupción deliberada realizada por CBS, MSNBC, NBC, ABC y Univision, además de las bien valoradas PBS (Public Broadcasting Service) y NPR (National Public Radio), dio inicio a un extenso debate.

Por un lado, una parte de la opinión pública coincidió con la explicación ofrecida por estos medios electrónicos, en el sentido que el mandatario estadunidense estaba realizando una serie de acusaciones de fraude en el proceso electoral sin ofrecer la más mínima evidencia que respaldara sus dichos y en una coyuntura donde sus posibilidades de victoria se desmoronaban a pasos agigantados, ante los avances en la cuenta de votos que se daban en los últimos cinco estados sin resultados definitivos, pero en una tendencia más que favorable al candidato demócrata, Joe Biden. Por el otro, los críticos de las interrupciones destacan que el mandatario fue coartado de su derecho a la libertad de expresión, así como a una falla en el oficio periodístico.

Sobre la polémica, expongo cuatro consideraciones que me parecen importantes. Primero, la libertad de expresión es, antes que cualquier otra cosa, una garantía individual del ciudadano frente al potencial abuso del poder público, no un derecho de la autoridad gubernamental ante la cobertura de un conjunto de medios de comunicación. Además, en una democracia consolidada, el gobernante, más que al disfrute de la libertad de expresión, está constreñido al marco normativo y la rendición de cuentas. De ahí que no sólo deba actuar en los márgenes que la ley le concede, sino sustentar su opinión en hechos razonables y verificables. Elementos objetivos que, hasta la fecha, los aliados republicanos del presidente Trump siguen sin poner sobre la mesa de la conversación pública.

Segundo, la interrupción de la transmisión en vivo es la aplicación de una serie de lineamientos editoriales, no la falla del oficio periodístico como algunos críticos sostienen. Los medios de comunicación categorizan información de acuerdo a los méritos del posicionamiento y el criterio de oportunidad. Si éste es deficiente, más aún cuando se trata de un injurio, los noticiarios tienen todo el derecho a priorizar la cobertura en aquellos aspectos que les conceden mayor valor a sus televidentes o radioescuchas. De no ser así, ¿por qué entonces no se exige la transmisión en vivo y completa de todos los discursos del presidente en turno o, de manera íntegra, las largas conferencias de presa? Porque existe un criterio editorial que rige el tono y ritmo de la cobertura.

Tercero, la salida del aire del mensaje del presidente Trump en ningún sentido significa la privación del derecho de la información. La transmisión del segmento y la explicación de su interrupción en cada una de las cadenas televisivas permitió saber, con toda claridad, que el presidente acusó la instrumentación de un fraude electoral en estados controlados por funcionarios demócratas (cuando en realidad dos de ellos son republicanos) y que, de contarse sólo los “votos legales”, él ganaría la elección. A estas declaraciones le siguió la salida del aire, tal y como se da en miles de discursos pronunciados por mandatarios alrededor del mundo, con sus respectivas explicaciones sobre la falta de evidencia.

Y cuarto, hay un elemento que se deja de lado en este debate: las graves implicaciones en el discurso incendiario del presidente Trump. El mandatario nos tiene más que acostumbrados a sus denuncias de un fraude que, por cierto, nunca se consuman. Lo hizo en la campaña de 2016, hasta que una jornada democrática como cualquiera realizada en el pasado le confirmó la victoria, y lo lleva haciendo desde hace varias semanas que tienen como desenlace una segura derrota bajo los mismos procesos democráticos. La única diferencia es que el discurso del odio llevó a los segmentos más reaccionarios —y favorables a su causa— a armarse. De acuerdo con información pública, 19 millones de armas fueron adquiridas por ciudadanos en tan sólo 7 meses, 91% más que en el mismo periodo de 2019.

Los medios de comunicación, incluyendo los mexicanos, reportaron la presencia de simpatizantes de Trump armados en los alrededores de las casillas y los centros de conteo, siendo detenidos varios de ellos o disuadidos por un mayor despliegue de seguridad. De haber seguido propagando la narrativa presidencial del odio y la polarización, hoy quizá estaríamos lamentando expresiones de violencia de esas personas armadas. Por eso era importante lanzar una señal que ya no diera sentido de normalidad al extremismo. De ahí que la decisión editorial de interrumpir el mensaje presidencial, sin que ello conllevara violación a la libertad de expresión o pusiera en cuestionamiento el debido ejercicio periodístico, es una buena noticia.

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