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¿Nos subiremos a la ola?

Max Cortázar

Max Cortázar

Pocas veces en la historia de la humanidad se ha visto un esfuerzo integrador global en torno a una causa, como en la identificación de, al menos, una vacuna exitosa para prevenir la enfermedad de covid-19. De acuerdo con especialistas médicos, el proceso que va de la investigación hasta la aplicación de una vacuna puede tomar hasta una década, sin embargo, cuando se alinean los incentivos políticos, con la investigación científica y los recursos económicos, las metas superiores a favor de la salud de las personas pueden cumplirse en tiempos mucho más cortos, contados en apenas unos cuantos meses.

Así lo demuestra la pandemia actual. Tras una inversión de 21,000 millones de dólares por parte de gobiernos y organizaciones, cuando menos cuatro farmacéuticas se encuentran en ensayos clínicos correspondientes a la Fase III de la vacuna contra el covid-19. Ello significa que están siendo probadas en varios miles de voluntarios, con el fin de identificar tanto nivel de efectividad como efectos secundarios y, de ser validada finalmente por reguladores nacionales, en este diciembre podría estar siendo aplicada de manera creciente en Estados Unidos, Reino Unido, Rusia y China, así como durante el primer trimestre de 2021 en el resto de los países.

Cierto es que no se pueden lanzar campanadas al vuelo hasta terminar de comprender los efectos de la vacuna en la salud, así como la durabilidad de la inmunidad de las personas. Eso sí, resulta motivante que el desarrollo de la ciencia esté en una alta probabilidad de aliviar mayores estragos en la economía internacional, el ingreso de los hogares y el bienestar de la gente, pensando especialmente en aquellos segmentos sociales que viven en situación de vulnerabilidad y que, de extenderse la temporalidad de la pandemia, agravaría su condición en alguna de las dimensiones de pobreza o pondría en riesgo su propia existencia.

En esta perspectiva de optimismo global resulta pertinente preguntarse si México podrá subirse con efectividad a la ola de vacunación. Como en cualquier crisis, si algo enseñó la pandemia de influenza A (H1N1), es que su manejo oportuno en las últimas fases depende de los procesos y capacidades construidas en las primeras. Condiciones óptimas que, desafortunadamente, no observamos en nuestro país, tras casi diez meses de emergencia sanitaria en los que han madurado las mejores prácticas en distintas partes del mundo.

Esta columna ha analizado y subrayado en el tiempo, con evidencia difundida en fuentes públicas u oficiales, las inconsistencias de la fallida estrategia federal para atender la pandemia. Entre ellas, la falta de rigor del subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud; las contradicciones en la promoción del uso de cubrebocas —instrumento comparado con la utilidad de la vacuna en el salvamento de vidas—, el robo frecuente de medicamentos del sector salud, así como la falta de equipo e infraestructura en los hospitales públicos.

Sin embargo, la crítica no para aquí ni en otras plumas que en distintos medios comparten esta evaluación. La crítica escala a la Organización Mundial de la Salud, la cual calificó ayer nuestra situación como “muy preocupante” por la crecida en los indicadores de fallecimientos e infectados. De ahí su convocatoria a que México se conduzca con seriedad, a partir de una comunicación clara que promueva el uso de mascarillas y éste sea utilizado por sus autoridades de gobierno para transmitir coherencia a la sociedad en su conjunto.

Debe decirse que ésta no es la primera vez que una instancia dentro del Sistema ONU expresa su preocupación por la calidad del manejo de la pandemia. En el reporte Desarrollo Humano y COVID-19 en México, presentado hace unas semanas por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, se alerta que los impactos de la pandemia pueden no sólo explicarse por la situación de desigualdad que priva en el país, sino por cambios drásticos en la política pública, como la falta de licitaciones adecuadas que provocaron desabasto de medicamentos requeridos por pacientes con VIH o cáncer.

El problema es que, con estos antecedentes en lo interno y las alertas provenientes de expertos internacionales, podremos tener disponibilidad de acceso a la vacuna, pero no necesariamente contar con las capacidades de distribución, almacenamiento y aplicación, si consideramos que la siguiente fase muy posiblemente será el nuevo eslabón de una cadena que marca la estrategia fallida para contener al covid-19.

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