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El fracaso

Max Cortázar

Max Cortázar

Las condiciones de colapso que se observan en las distintas instituciones hospitalarias de la Zona Metropolitana del Valle de México, ante la imposibilidad de canalizar la creciente demanda de atención a pacientes, dan cuenta sobrada del fracaso en el manejo de la pandemia. Gran parte de este escenario que impone un luto doloroso en miles de hogares se pudo haber evitado. Durante meses, profesionales de la medicina, especialistas en políticas de salud, altos exfuncionarios del sector y amplios sectores de la opinión pública solicitaron a las autoridades un golpe de timón a la estrategia de prevención y atención a la covid-19. Ello, acorde con la experiencia internacional y lo aprendido en pandemias previas.

Sin embargo, estos llamados de alerta —sustentados tanto en los análisis del comportamiento del coronavirus y las capacidades del sector, como en lo observado por los primeros respondientes en el primer frente de batalla de la covid-19— recibieron, uno a uno, descalificaciones, desplantes y retóricas políticas por parte de un grupo de autoridades que, en vez de privilegiar la gravedad de la información que tuvieron a la vista para rectificar la toma de decisiones, prefirieron jugar a la polarización con fines de rentabilidad electoral, así ello conllevara riesgos a la salud de varios miles de mexicanos.

Con justa razón exhortaba la Organización Mundial de la Salud, hace tan sólo tres semanas, que México debía “tomar en serio la pandemia” ante los “preocupantes” aumentos en los registros de contagio y lamentables fallecimientos. Crecimientos que, en ese momento de inicios de diciembre, duplicaban ya la tasa de quienes habían perdido la vida, al contrastarla con la de octubre pasado. ¿Y cuál fue la respuesta dada al conjunto de reclamos nacionales e internacionales? Seguir por la misma ruta que condujo al fracaso y el abandono a conveniencia del semáforo epidemiológico, reafirmando de nueva cuenta en este último la crítica discrecional de su uso desde el inicio de la pandemia, expresada por varios gobernadores.

Con ello, en lugar de dar aviso temprano de la bola de nieve en el deterioro de las condiciones de la Zona Metropolitana del Valle de México, reconocer errores y reencauzar la estrategia; la ciudadanía quedó cautiva a una serie de inconsistentes mensajes institucionales, sumado a la falta de recursos para que los sectores sociales vulnerables —sea por su condición económica o por la preexistencia de comorbilidades que agravan la enfermedad— pudieran quedarse a salvo en casa. En ese renglón, quizá el esfuerzo más visible de la autoridad capitalina fue la entrega de una despensa por enfermo en las primeras semanas de la pandemia. Esto es, una aspirina para la terapia intensiva en que el coronavirus mantiene a la Ciudad de México.

Y es que la estrategia deficiente de la autoridad orilló a la capital a un callejón muy angustiante. De acuerdo con notas de prensa y testimonios en redes sociales, en la Ciudad de México queda apenas disponible —en el mejor de los casos— una de cada diez camas con ventilador en terapia intensiva, así como menos del 14% de camas hospitalarias. Y digo en el mejor de los casos porque los testimonios de angustia de personas que requieren de atención médica especializada para sus familiares contagiados dan cuenta de hospitales saturados y de varias horas de por medio para poder ser atendidos. Situación que complica sus pronósticos de vida, por las condiciones en las que finalmente son ingresados.

Frente a ello, y en comparación con lo observado en otros países, resulta lamentable que la autoridad haya perdido meses valiosos para cortar con efectividad las cadenas de contagio; que haya preferido evitar el conflicto entre órdenes de gobierno por las diferencias en criterios de política pública, en vez de abocarse a su primera responsabilidad en una pandemia que es salvar vidas; así como que haya dado la espalda a la entrega total de los cuerpos médicos, permitiendo la realización de fiestas, bodas y otras celebraciones sociales.

La falta del más básico sentido de responsabilidad política amenaza hoy con potenciar no sólo el mayor número de pérdida de vidas, sino en profundizar el estancamiento económico por la ampliación de un nuevo y severo confinamiento al que no necesariamente tendríamos por qué estar ahora expuestos.

 

Nota al pie: todos a cuidarse y a proteger la salud de los que más queremos, celebrando a distancia estas fiestas decembrinas. Feliz Navidad y un mejor 2021 para todos. Nos vemos el 11 de enero.

 

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