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¿Cuánto tiempo nos queda?

Max Cortázar

Max Cortázar

Estados Unidos va en una ruta directa de choque con los valores democráticos que por tanto tiempo lideraron en la comunidad internacional. Están quedando atrás los días en que este país, junto con algunas naciones europeas, inspiraban a otros regímenes políticos la importancia de priorizar la protección de la vida de las personas, de ampliar sus libertades y derechos en la construcción de sociedades con las mejores calidades de vida del planeta, así como de someter la conducta de gobernantes a la rendición de cuentas ordenado en el marco jurídico. 

Sorpresivamente, no tuvimos que esperar hasta la elección presidencial de 2024 —en la cual se proyecta, desde ahora, como la principal amenaza, el potencial regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y de las políticas contrarias a los valores democráticos—; porque en tan sólo unas horas, la Suprema Corte de ese país nos demostró que la posesión de armas tiene más valor jurídico que cualquier vida estadunidense, a pesar de ser uno de los años más sangrientos de la Unión Americana, con 292 tiroteos masivos al día de ayer; además de que cualquier libertad o derecho vigente está en riesgo de desaparecer, por la evolución de la discusión pública tras la derogación de la sentencia Roe vs. Wade, en la que ya se cuestionan la pertinencia de llevar a la Corte otra serie de garantías individuales. 

Por si fuera poco, los incentivos que tiene la clase política para sujetarse a un comportamiento democrático se encuentran a prueba. Ello porque, no obstante que un comité bipartidista del Congreso de Estados Unidos acusa al expresidente Trump de planificar “un intento de golpe” con el asalto al Capitolio, ocurrido el 6 de enero del año pasado, así como de presionar explícitamente a distintas autoridades nacionales y estatales con el fin revertir la certificación del triunfo electoral del Joe Biden; los electores siguen haciendo de Donald Trump uno de los dos candidatos republicanos más competitivos de cara a la elección de 2024. 

Incluso, los votantes de ese partido van por castigar a los actores políticos que sí se sujetaron en su momento a lo dictado por el sistema electoral, como es el caso del exvicepresidente Mike Pence, que actualmente no rebasa siquiera el 10%, en promedio, de las intenciones de voto al interior de su instituto político. En este entorno, sólo falta que el proceso que sigue el Congreso contra el expresidente termine más fortaleciendo, que afectando la viabilidad política del movimiento trumpista en el mediano plazo. 

Sin duda, el caldo de cultivo está puesto para el retorno de las posiciones extremas a la presidencia de Estados Unidos. 

Paradójicamente, la defensa de los valores democráticos que el mandatario Joe Biden y sus aliados europeos hacen frente a Rusia, tras la invasión militar a Ucrania, están prolongando las subidas, tanto en los precios de los combustibles como en bienes básicos de consumo y, con ello, alimentando una espiral inflacionaria que en lo doméstico estrangula toda posibilidad de respaldo de los electores hacia este tipo de políticas moderadas y la defensa del orden democrático internacional. 

Así lo dejan ver los sondeos de opinión, en los que tan sólo el 18% del electorado estadunidense piensa que el país va por buen camino; además de que la aprobación a la gestión de Joe Biden sigue sin poder levantar vuelo, y se encuentra a tan sólo unos cuantos puntos del piso de respaldo que propició la salida de Donald Trump de la Casa Blanca (36% vs. 33%, respectivamente). 

Sólo que ahora los votantes norteamericanos, para “corregir el rumbo”, dan muestras de empatía con la idea de traer de regreso a quien rechazaron hace cuatro años en las urnas. En un contexto algo similar al de Grover Cleveland, único mandatario estadunidense que —entre 1885 y 1897— fuera a tres elecciones y recobrara la presidencia tras ser derrotado por el republicano Benjamin Harrison. Al igual que podría pasarle a Joe Biden en 2024, hasta ahora Harrison ha sido la única persona en recibir y entregar la Casa Blanca a la misma persona. 

 Esa ruta parece confirmar el clima electoral que se vive hacia las elecciones intermedias de este año, en las cuales los republicanos podrían recobrar el control de, cuando menos, una de las dos cámaras del Congreso. Ello, a partir del descontento prevaleciente en amplios segmentos del electorado blanco, con menores niveles educativos, asentado en zonas rurales o suburbanas y de bajos ingresos. 

 Votantes a los que sólo parece hablarle la base más radical del Partido Republicano. Legisladores que, con viento a favor, suelen evadir cualquier rendición de cuentas a la máquina electoral que representa Donald Trump. Bajo esta perspectiva, y sus implicaciones en la conflictiva arena internacional, ¿cuánto tiempo nos queda de estabilidad a un orden sustentado en verdaderos valores democráticos? 

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