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Sobre el español de México

María del Pilar Montes de Oca Sicilia

María del Pilar Montes de Oca Sicilia

La primera impresión que produce el español de México en los otros hispanohablantes es que se trata de un habla conservadora y muy cortés —ya lo dice Javier Marías—. En efecto, no son pocos los casos en que el habla de México ha conservado modos antiguos de decir sin dejarse influir por las innovaciones realizadas en otras zonas de la comunidad lingüística hispana. Como el hecho de conservar la segunda persona de respeto: «Oiga usted», «pase usted», «usted dirá»; de conservar modos antiguos a la usanza: «toma la palabra», «salir de aprietos», «salió ileso» y «no me ha dado razón», entre muchísimos otros.

Como nos dice el filólogo Sergio Zamora: «El hecho de que algunas voces o expresiones ya desaparecidas en el habla de España se sigan oyendo en México es la razón por la cual se ha señalado el arcaísmo como característica del español mexicano», y no porque lo sea en sí mismo.

Son arcaísmos respecto a España —de quien dicen que tiene la obligación lingüística de pronunciar mal todas las lenguas, comenzando por la propia— expresiones como: «se me hace» —por «me parece»—, «¿qué tanto?» —por «¿cuánto?»—; y otras como: «muy noche», dizque —por «dice que»— y donde —usado como condicional en estas expresiones: «donde se lo digas, te mato»—.

Los llamados arcaísmos resultan más evidentes en el vocabulario. Palabras ya olvidadas en España conservan vigencia en México: pararse —por «ponerse de pie»—, prieto, liviano, demorarse, dilatarse, esculcar, luego —por después—, recibirse —por graduarse—, entre otras muchas cuya mayoría, obviamente, están cayendo en desuso.

Lingüistas y estudiosos de nuestro dialecto, como mi querido profesor Juan M. Lope Blanch, han estudiado algunas de las diversas soluciones que a lo largo de los años se han convertido en características de nuestra lengua, entre ellas:

•El desarrollo de las perífrasis del gerundio: «voy llegando» —por «acabo de llegar»—, «voy acabando» —por «estoy a punto de acabar»—, «vámonos haciendo menos» —por «hagámonos menos»—, y cosas como: «y un día», «¡y que me voy dando cuenta de que era un idiota!».

•Uso del adverbio siempre en el sentido de «al final», «definitivamente»: «siempre no voy a ir al cine», «dice mi mamá que siempre no».

•Abundancia de construcciones con la perífrasis del verbo andar: «se anda cambiando de casa», «anda todo el día papaloteando, sin hacer nada».

•Uso de la preposición hasta, no como límite final —como lo usan el resto de los hispanohablantes—, sino como inicio: «viene hasta las cuatro» —por «no viene hasta las cuatro»—, «hasta ayer encontré el libro» —por «apenas ayer encontré el libro».

•Adverbialización de adjetivos: «venía muy rápido» —en lugar de rápidamente—, «huele horrible», —en lugar de horriblemente— y «me cae gordo» —en lugar de mal—, entre otros.

La lengua como reflejo de lo mexicano.

A pesar de que el español de México se muestra conservador respecto al de España y otros países hispanohablantes, y que la mayoría de los mexicanos somos juiciosos de nuestro propio hablar, éste no puede permanecer estático y, como toda lengua, está sujeto a las tendencias evolutivas. Así, al seguir un desarrollo diferente al de otros dialectos, como el español peninsular, el argentino, el colombiano, etcétera, crea nuevas acepciones y deja algunas palabras en el olvido, dándole carácter propio a las palabras en frases hechas que todos los mexicanos usamos día con día —o que todos entendemos, aunque no las usemos—, y con las novedades que se van incorporando a nuestra habla. No podemos olvidar que esta evolución particular se debe a que cada dialecto refleja la idiosincrasia de una comunidad determinada, su esencia, su forma de ver el mundo y de relacionarse, su forma de ser y de diferenciarse de los demás.

Por eso el «no pinches jodas», el «me quiero dar a esa vieja» o el «¿no topas quién es Julión Álvarez?» hacen nuevo lo arcaico.

 

Directora de Algarabía Editorial

Twitter: @palabrafilica y @algarabia

 

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