En los últimos años, la Ciudad de México ha comenzado a transitar por una ruta distinta con avances claros hacia un modelo de movilidad más sostenible, incluyente y moderno. La expansión de sistemas como el Cablebús, el impulso al uso de la bicicleta, la renovación de trolebuses y corredores de transporte eléctrico son señales de un cambio que apunta en la dirección correcta y, ahora, dicho cambio se fortalece con la renovación del servicio de taxis.
La reciente apuesta del Gobierno de la Ciudad de México por la reivindicación del servicio de taxi resulta no sólo pertinente, sino necesaria, pues desde la llegada de plataformas como Uber y Didi, el taxi tradicional ha perdido terreno sin lograr recuperarse. Cabe reconocer que este desplazamiento del servicio no radica únicamente en la competencia tecnológica, pues, además del mal estado de la mayoría de las unidades, la percepción de inseguridad y una brecha cada vez mayor entre la expectativa de los usuarios y las condiciones reales del servicio, han sido determinantes.
Abandonar al gremio habría sido una salida fácil, pero fortalecerlo, modernizarlo y adaptarlo a los nuevos tiempos es, sin duda, una muestra de una visión que reconoce al taxi como una pieza clave del sistema de movilidad y no como un vestigio del pasado.
El arranque del Programa de Sustitución de Transporte Público Individual, que entre diversas acciones prevé la chatarrización de 300 taxis obsoletos y el apoyo para la renovación de unidades, marca un punto de partida simbólico, pero muy práctico, pues retirar de circulación unidades que ya no cumplen con estándares mínimos de seguridad, eficiencia y preservación ambiental no sólo mejora la imagen del servicio, sino que impacta directamente en la calidad del aire y en la experiencia de quienes usan el taxi a diario.
La estrategia anunciada se apoya en cuatro ejes que, al concretarse, podrán transformar de manera profunda la percepción y el funcionamiento del servicio. La renovación del parque vehicular, con prioridad en unidades eléctricas e híbridas, conecta al taxi con los objetivos ambientales de la ciudad y lo alinea con una agenda global de reducción de emisiones, aspecto que, en una urbe donde el transporte es una de las principales fuentes de contaminación, no es menor. Además, envía un mensaje claro: la transición energética también debe incluir al transporte público individual.
La modernización tecnológica es, quizá, el punto más sensible, pues durante años la ausencia de una plataforma competitiva dejó a los taxis en clara desventaja frente a las aplicaciones privadas. Apostar por una plataforma que permita solicitar el servicio, conocer la tarifa, ubicar la unidad y calificar la experiencia no sólo nivela el terreno de competencia, sino que devuelve al usuario una sensación de control y confianza. La seguridad integral, tanto para pasajeros como para conductores, es otro componente fundamental. Sistemas de geolocalización, botones de pánico, cámaras y monitoreo no deben verse como medidas extraordinarias, sino como estándares básicos en una ciudad compleja.
Es claro que este programa no está exento de retos, pues su éxito dependerá de la correcta implementación, de la transparencia en los procesos y del acompañamiento real al gremio, sin embargo, el mensaje hoy es claro: la movilidad en la CDMX se construye con políticas integrales.
Apostar por el taxi es apostar por un sistema más equilibrado, donde convivan distintas opciones de transporte bajo reglas claras y con el objetivo común de una mejor movilidad en la ciudad, al tiempo en que se atiende una deuda pendiente con miles de capitalinos que dependen del taxi todos los días y con una ciudad que necesita soluciones reales, sostenibles y pensadas a largo plazo.
