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Una única autoría

María Amparo Casar

María Amparo Casar

A juicio de Amparo

Si las administraciones públicas se organizan en todo el mundo por áreas de especialización, será por algo. El Ejecutivo es unipersonal, pero, sin el consejo de sus secretarios y la ejecución de las decisiones de la burocracia permanente —ésa que se viene desmantelando desde hace dos años—, el gobierno simplemente no funcionaría. La complejidad de las tareas de un gobierno son de tal magnitud que ninguna persona por sí sola puede tener el conocimiento, las habilidades y el tiempo para atender cada una de ellas.

Los gabinetes suelen conformarse con base en tres características: técnicas, político-partidistas (de uno o varios partidos, según si el gobierno es mayoritario o minoritario) y lealtad. Lo ideal es combinar las tres, porque cada una de ellas confiere elementos indispensables para el buen funcionamiento de un gobierno: eficiencia, apoyos y certeza de que se concuerda con un proyecto. Si estos tres elementos se conectan, las posibilidades de éxito —económico, social y político— aumentan exponencialmente.

El problema que tiene hoy México es que su Presidente desprecia los criterios técnicos (el saber hacer y la experiencia de la ejecución) y aun los político-partidistas. Lo ha dicho en diversas ocasiones. La más notable fue cuando por fin logró nombrar a Ángel Carrizales al frente de la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente (ASEA), después de haber sido rechazado cinco veces por el Senado para cubrir cargos en el sector energético por falta de preparación: lo que hace falta es “90 por ciento honestidad, 10 por ciento experiencia”. O cuando dijo que gobernar “no tiene mucha ciencia”, tiene “más que ver con el juicio práctico”.

Se queda, pues, con la lealtad, pero ni siquiera al proyecto, sino a su persona. Con la lealtad a ciegas o, como acertadamente dijo Isabel Turrent, con la obediencia anticipada. Él indica qué hay que hacer y no le gusta escuchar, ya no digamos debatir, sobre la conveniencia de hacer algo distinto o, siquiera, sobre cómo hacerlo. La política que incluye tanto el diseño como la ejecución es de su dominio único y personal.

De ahí la salida no sólo de su jefe de la Oficina de la Presidencia, sino de la desaparición de la misma. De ahí las renuncias de quienes no quisieron acatar órdenes porque o eran ilegales o no tenían ni pies ni cabeza. De ahí los nombramientos de altos funcionarios sin el perfil mínimo para cumplir sus tareas. De ahí las descalificaciones públicas a los secretarios nombrados por él mismo.

Además del gabinete florero, si se habla de un gobierno “verdaderamente” democrático y promotor de la participación, como suele decir el presidente López Obrador que es el suyo, la sociedad organizada debería ser escuchada. Recibir propuestas de la sociedad tampoco es lo suyo. De ella también espera lealtad absoluta.

Por eso su desprecio a decenas de propuestas que no son de su autoría. El Presidente no estuvo dispuesto a escuchar el estudio de viabilidad sobre el aeropuerto, presentado por diversos empresarios o por el IMCO. Ni a incorporar los puntos de vista de los empresarios en materia de generación de energía y producción de gas natural. Ni a atender las propuestas de organizaciones como Seguridad sin Guerra o México Unido Contra la Delincuencia para la Guardia Nacional. Tampoco a revisar la propuesta de #FiscalíaQueSirva para reordenar la FGR, las propuestas de Impunidad Cero o México Evalúa para mejorar la seguridad y justicia o a leer la propuesta para manejar la pandemia de los exsecretarios de Salud. Menos aun a recibir a Javier Sicilia, coordinador del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, e incorporar sus ideas en materia de atención a las víctimas. Tampoco a incorporar las propuestas de MCCI para combatir la corrupción, escuchar a la UNAM en la elaboración de la Ley de Ciencia y Tecnología e insistir en que los feminicidios tienen el mismo origen que los homicidios, cuando los colectivos de mujeres le han entregado diagnósticos y propuestas. Ni qué decir de dialogar con los gobernadores de la Alianza Federalista para tomarles su parecer sobre el presupuesto y la necesidad de comenzar a discutir un nuevo pacto fiscal.

Todos éstos, y muchos que me faltan, han elaborado propuestas y han querido articularse con el gobierno para mejorar, no para descarrilar al gobierno. Simplemente no se les da cabida, ni a ellos ni a los que rondan Palacio Nacional.

Supongo que el Presidente piensa que todo lo que no sale de su oficina son “palabras necias” y a palabras necias, oídos sordos.

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