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Simpatía por los dictadores

Luis de la Barreda Solórzano

Luis de la Barreda Solórzano

Para simpatizar con los dictadores hay que tener alma de dictador. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, otorgó el Águila Azteca a su homólogo cubano Miguel Díaz-Canel, a cuyo gobierno calificó de “profundamente humano”.

Convengamos en que todos los gobiernos de la tierra son profundamente humanos, pues en ellos no figuran extraterrestres ni animales, aunque no pocos gobernantes ejercen el poder de manera infrahumana.

Lo que no es el gobierno de Díaz-Canel es humanitario. El presidente de Cuba encabeza una dictadura feroz que mantiene a sus gobernados en la opresión más ominosa.

45 cubanos que —como miles de sus compatriotas— salieron a la calle a manifestarse contra el régimen el 11 de julio de 2021, tras ser apaleados alevosamente por porros azuzados por el gobierno, fueron condenados a penas altísimas, incluso de más de 20 años de prisión, como si hubieran cometido un homicidio calificado, un secuestro, una violación o un acto terrorista. No causaron daño a persona ni a bien alguno. Su único, gravísimo delito, fue protestar.

Como señaló el gran cantautor Pablo Milanés —hipócritamente homenajeado post mortem por las autoridades de su país soslayando las críticas demoledoras que en varias ocasiones les dirigió el artista—: “Es irresponsable y absurdo culpar y reprimir a un pueblo que se ha sacrificado y lo ha dado todo durante décadas por sostener a un régimen que, al final, lo que hace es encarcelarlo”.

El laureado escritor Leonardo Padura entiende que aquellas manifestaciones fueron un alarido que venía desde las entrañas de la sociedad y canalizaron el hartazgo de esperar una prosperidad que nunca llega. La vida es muy breve para que nos estemos limitando en tantas cosas, advierte Paduro, y agrega: la libertad de expresión no se puede negar en ningún sistema, y las respuestas violentas no son para nada la cura que está necesitando el país.

El artista plástico Luis Manuel Otero Alcántara y el rapero Maykel Castillo, dirigentes del movimiento opositor San Isidro, fueron condenados en junio del año pasado a cinco y nueve años de prisión, respectivamente. ¿Qué graves delitos motivaron esas elevadas condenas?

El artista plástico protagonizó un performance consistente en llevar la bandera cubana sobre su cuerpo durante un mes en protesta contra la nueva Ley de símbolos. Por su parte, el rapero es coautor de la canción Patria y vida, que fue el himno de las manifestaciones. Ambos cantaron esa canción y gritaron consignas contra el gobierno y el presidente en la sede del movimiento San Isidro después de que Castillo, ayudado por sus vecinos, escapó en bicicleta de los policías que iban a detenerlo. Los dos habían sido detenidos muchas veces antes de serlo para ser enjuiciados.

Esos fueron los delitos castigados con cinco y nueve años de prisión. El mismo delito de los manifestantes del 11 de julio: atreverse a protestar contra la dictadura.

El Presidente mexicano ha dicho que la revolución cubana debe ser considerada patrimonio de la humanidad porque su resistencia hace recordar a la población celtíbera de Numancia, muchos de cuyos habitantes, en el año 133 antes de Cristo, tras resistir los ataques de las tropas romanas durante 20 años, prefirieron suicidarse antes que rendirse.

Lo que López Obrador admira, entonces, es la duración sine die de la dictadura cubana, cuyos mandamases han perdurado en el poder no 20 sino más de 60 años, pero, a diferencia de los numantinos, en lugar de suicidarse su opción ha sido la de suicidar a sus gobernados suprimiendo las libertades democráticas y reprimiendo con crueldad no sólo a los disidentes sino a cualquier cubano que proteste por la escasez de comida, medicamentos y otros productos de primera necesidad, y por el liberticidio.

La simpatía de López Obrador por ese régimen —al que Ebrard califica grotescamente, como al de Venezuela, de progresista— explica su condena al aspiracionismo, sus embates contra la prensa crítica, el Poder Judicial, los organismos autónomos, las organizaciones de la sociedad civil y las universidades, su captura de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y, sobre todo, su afán de descuartizar  —el lóbrego término es el que empleó el secretario de Gobernación— y capturar también al Instituto Nacional Electoral.

 

 

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