Logo de Excélsior                                                        

Memorias de amor

Luis de la Barreda Solórzano

Luis de la Barreda Solórzano

 

Don Quijote ha sido derribado por el Caballero de la Blanca Luna. Sintiendo en el cogote la lanza que lo somete y amenaza con privarlo de la existencia, comprende que el corazón no siempre tiene la fuerza de su lado. El vencedor lo conmina:

—Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.

Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, responde:

— Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra. (Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, capítulo LXIV de la segunda parte).

¿Qué significa la más hermosa mujer del mundo? Significa la irrepetible, la incomparable, la insustituible. Y esa verdad no debe ser defraudada por el enamorado, quien experimenta la necesidad de proclamar que su amor es más valioso aun que su vida.

Fernando Savater había vivido siempre animado por la presencia gloriosa, abrumadora a veces, incesante, de la alegría, el tono básico, el color esencial que barnizaba su vida, “una alegría que lo encendía todo con chisporroteo de bengalas festivas precariamente instaladas en las oquedades de la gran calavera” (Mira por dónde. Autobiografía razonada).

Savater sabía que la alegría “no es conformidad alborozada con lo que ocurre en la vida, sino con el hecho de vivir… es un asentimiento más o menos intenso a nuestro asentamiento o implantación en eso que llamamos vida o mundo” (Diccionario filosófico). Tal como lo afirma Robert Louis Stevenson: “Hablando con propiedad, no es la vida lo que amamos, sino el vivir”.

Savater afirmó que nunca ha querido escribir más que para reforzar el deseo de vivir de sus lectores, darles ánimo no para el arrogante triunfo, sino para mantener la elegancia, el compañerismo y el humor en la inevitable derrota.

El filósofo se divertía con todo: incluso se divirtió en la cárcel durante el franquismo, se divirtió cumpliendo la mili y se divirtió peleando contra los etarras mientras temía que lo sorprendieran un mal día en un callejón oscuro. “La vida me parecía estupenda, a veces algo horrible, sin duda, pero no menos estupenda, como una buena película de terror” (Lo peor de todo, de donde provienen también las citas ulteriores de las que omito la fuente).

Pero esa alegría, que parecía invencible, ha sido derribada, como lo fue don Quijote por el Caballero de la Blanca Luna. Y, como don Quijote, Savater no suplica piedad a la vencedora: “Ahora veo las cosas desde otra perspectiva: es cierto que no he vuelto a estar alegre, pero ahora la tristeza no me resulta algo tan ajeno y ofensivo como antaño. Me duele, claro, pero por nada del mundo renunciaría a ella. Nada sería para mi más triste que dejar de estar triste”.

Por nada del mundo don Quijote hubiese renunciado a proclamar que Dulcinea era una mujer sin par, la más hermosa del mundo. Savater sabe que su situación anímica actual es definitiva, pero, además no quiere, por nada de mundo, que deje de serlo. El amor, el verdadero amor, es para siempre: ni la muerte del ser amado puede vencerlo. Y la pérdida del ser amado no admite consuelo.

La alegría de Savater sólo podía ser vencida por la muerte del amor de su vida, su Pelo Cohete, su Sara irremplazable: “… para quien de verdad ha amado y ha perdido la persona amada, el amortiguamiento del dolor es la perspectiva más cruel, la más dolorosa de todas… ¿Y qué mayor, que más insoportable desolación que la de saber que seguiremos amando por siempre a quien hemos perdido y nada la  sustituirá? Y lo más paradójico es que se trata de una desolación a la que el verdadero amante no quisiera renunciar por nada del mundo”.

Aunque devastado por el dolor, Savater, siempre generoso, ha querido compartir con el mundo la maravilla que fue su encuentro con Sara, la excepcionalidad de esa mujer, el milagro de amor que vivieron juntos (La peor parte. Memorias de amor, Ariel): “En el fondo no fuimos amantes ni ‘compañeros’ (horrible expresión, propia de los naipes o del tenis, pero no del amor), tampoco matrimonio: fuimos novios, siempre novios, de los de toda la vida…”.

 

Comparte en Redes Sociales